Álbum rails_i ferradures

domingo, 19 de febrero de 2017

Los caballos i ómnibus de París


Ómnibus Panthéon-Courcelles  por Pierre BONNARD





Buscando datos sobre la implantación de los ómnibus en España i concretamente de la compañía Central barcelonesa de ómnibus, dimos con una pequeña joya, la narración “costumbres de París.- los ómnibus, los caballos de París, y el mercado de perros” cuando en nuestro país aparecían las primeras líneas regulares de ómnibus de la mano de las compañías de ferrocarril, un viajero ingles nos ilustraba sobre el estado del transporte urbano en  París a mediados del XIX.
Este artículo, al parecer correspondía a una traducción de “la Revista Británica” y no hemos dado con su autor.
Por  su interés hemos decidido reproducir los dos primeros capítulos.



13 de enero de 1853. — La Gaceta de Madrid
 Upiano Checa Paris Canvas Huge

COSTUMBRES DE PARIS.- LOS OMNIBUS,

LOS CABALLOS De PARÍS
Después de desayunarme temprano, y de haber escrito algunas cartas, me dirigí, sin formar proyecto alguno de antemano, hacia los Campos Elíseos.
Contemplaba a la vez los diferentes objetos que veía en mi derredor, y el gran movimiento continuo de aquel paseo, cuando vi acercarse un ómnibus, distinguiéndose, entre los muchos nombres que marcaban su carrera, el de Passy. Recordó que en 1815 había yo estado alojado allí con mi regimiento, y por consiguiente se me vinieron de repente a la memoria las buenas gentes que me habían tratado como un individuo de su familia.
Campos Eliseos por Clemenceau Edouard Leon Cortes 

El padre y la madre, dije para mí, puede que hayan muerto; pero no importa: quiero volver a recorrer Passy, y reconocer la casa de mis patrones.
Hice una señal con mi bastón, y el ómnibus se paró al momento: era uno de los más pequeños, y son también en muy corto número, que tienen un asiento exterior; dos segundos después me encontraba instalado junto al cochero.
He aquí el palacio del Presidente, me dijo señalándome con su látigo los árboles que le rodean por la parte de los Campos Elíseos.
El buen hombre había adivinado, sin que lo hablase una palabra, que yo era extranjero. 
Un par de caballos tordos.
 tronco de caballos por Giovanni Boldini
Mientras que mi Automedonte me ponía al corriente de todo cuanto se presentaba, a nuestra vista, fijaron mi atención los cuadrúpedos que nos conducían. Era un par de caballos tordos, pequeños y fornidos, de piernas cortas, cabeza pequeña como la de los árabes, y pelo fino como el de los topos: y aunque, según mis ideas inglesas, no correspondiese su talla al carruaje que conducían, al subir la cuesta del paseo hubiérase dicho que el ómnibus obedecía su impulso fácilmente y de perfecto acuerdo con ellos.
Completamente libres en sus arneses podían fácilmente acercarse o alejarse de la lanza; y aunque guiados con admirable maestría, las riendas pendían flojamente sobre sus lomos. A medida que íbamos avanzando, ora aproximándonos a otro ómnibus, o de una carreta, ora de cualquier otro punto difícil de adivinar, ya uno de los caballos, ya ambos a la vez alzaban las orejas, relinchaban fuertemente, y trotaban durante algunos minutos.
En vez de mostrarse cansados recorriendo siempre el mismo camino, parecían contentos como yo de ver cuánto pasaba junto á nosotros.
Díjome el cochero que sus caballos pertenecían a una compañía, cuyas cuadras principales se hallaban situadas á unos 100 metros de la barrera de Neuilly, donde nos encontrábamos en aquel momento, y me instó fuertemente para que las viese»
La barrera de Neuilly 
Dije las gracias, me despedí de él y me dirigí paso a paso por el boulevard de la izquierda hacía una puerta que me abrió una portera con gorra blanca en la cabeza. Instruido, como estaba, por el cochero, la pregunté por el picador.

—Entrad, caballero, me dijo; adentro le encontrareis.
Me adelanté, en vista de este permiso, hacia un gran patio cuadrado rodeado de edificios, y vi un gran número de arneses colgados bajo un cobertizo situado al exterior de una extensa cuadra: entonces se me acercó un hombre bastante bien vestido, con largos bigotes, que me preguntó con mucha cortesía qué quería.
Contóle simplemente mi aventura.
—Nadie, me respondió, puede visitar el establecimiento sin una orden, que obtendréis fácilmente sin duda.
Y para ayudarme á obtenerla escribió al momento en una hoja de mi cartera:
 «A Mr. Moreau, administrador general de la empresa de ómnibus, avenida de los Campos Elíseos, 68» : Se le puede ver desde medio día hasta las cuatro de la tarde.
Al dar las doce me dirigí, según las señas indicadas, a casa de dicho Mr. Moreau, el cual, después de examinar mi pasaporte, tuvo a bien darme la orden siguiente, que copio literalmente , como una prueba de la buena educación de los franceses hacia los extranjeros.
Caballerizas de la Estrella de la C.G.d'O.
«A Mr. Donault. jefe del establecimiento de la Estrellacompañía general de ómnibus, calle de Santo Toméis del Louvre, 6.
Mr. Donault queda autorizado para dejar entrar en el establecimiento, para examinar la manera de tener los caballos en las caballerizas &e… a Mr…, portador de la presente.
París 30 de Abril de 1851— A. Moreau.»

Provisto con esta carta, volví a subir la cuesta de los Campos Elíseos, y no tardé en volverme a encontrar en el gran patio cuadrado y en presencia de Mr. Donault y sus negros bigotes. Cuando le presenté el permiso, tomó una actitud grave y seria, como hombre poseído de la dignidad de su empleo; pero después de leerla rápidamente me dijo sonriendo, y con mucha afabilidad, que se creía muy feliz en poder darme todas las noticias que le pidiese: y haciéndome una seña con la mano para que le siguiese, me refirió que la empresa de la que dependía, poseía, repartidos en seis establecimientos separados, 1500 caballos, de los cuales tenía 300 a su cargo; que muchos de estos establecimientos no encerraban más que caballos enteros; pero que él no contaba en el suyo mas que 150, componiéndolo el resto de capones y de yeguas.

El extenso edificio que se presentaba a mi vista se parecía mucho a un cuartel de caballería; dividíase en 15 cuadras, largas cada una de 80 pies, que encerraba 20 caballos, 10 de cada lado, con ancho espacio entre ellos para la libre circulación.
Desde que entré en ellas me admiró la escena que pasaba ante mis ojos, y la absoluta falta de mal olor. 
De los 20 caballos de aquella división, la tercera parte se hallaba trabajando. Los que quedaban, unos permanecían de pié, las ancas vueltas al pesebre; otros comían paja fresca, y otros estaban acostados sobre una cama ancha y mullida.
Uno o dos se veían tendidos a lo largo, y uno de ellos levantó tranquilamente la cabeza; pero no juzgándome sin duda digno de su atención, volvió a dejarla caer al momento sobre la paja. Todavía vi otros dos que, acostados frente uno de otro, se encontraban á los pies de otro vecino que iba a oler si les quedaba algo de comida. Todos estaban gordos y muy limpios.
Pocas cuadras he visto en Inglaterra donde las camas fueran mejores y los caballos estuviesen tan bien alimentados y conservados. La razón es fácil de comprender. Esta fila de quince cuadras, en vez de estar como en nuestros cuarteles de caballería, separadas enteramente unas de otras con tabiques, no las dividen entre sí más que unas verjas de madera de cerca de ocho pies de altura, lo cual permite que el aire circule libremente, estableciéndose así una circulación de atmósfera libre y sana. Además, las ventanas que hay de trecho en trecho, abiertas en las paredes de ambos lados, regulan perfectamente los grados de calor y la temperatura conveniente á cada división.
—Tenéis tres grados más de lo que conviene, dijo Mr. Donault á un hombre vestido con una blusa y pantalón azules, que desde que entramos en la cuadra no había cesado un momento de mirarme y escuchar con avidez cuanto yo decía.
— Ah! exclamó este moviendo la cabeza, ¿con que va á llover?
Principios generales de la gastronomía.
En la cuadra núm. 1 que visitábamos en aquel momento, se encuentran los caballos atados dos a dos, separados por una valla. Cada par de caballos recibe diariamente cinco kilogramos (10 libras) de heno, ocho de paja y quince litros de grano: a esto se añade en verano un litro de avena, y en los grandes calores, salvado dos veces por semana.
En Inglaterra los caballos de los ómnibus se alimentan invariablemente de avena y una mezcla de heno mezclado con paja menuda: así se lo hice observar a 'Mr. Donault, que me respondió que según los principios generales de la gastronomía, los caballos, lo mismo que las personas, gustan de la variedad do alimentos. El heno les place, la avena les alimenta y fortifica, y además comen la paja para entretenerse; esto les ocupa, les distrae, y les impide el reñir.
Preguntóle en seguida cuánta gente ocupaba en el servicio de las caballerizas para mantenerlas en aquel estado de limpieza, y me respondió que un hombre bastaba para cuidar de diez caballos, lo cual hace por consiguiente* dos palafreneros por cuadra. Hay además otro que cuida de limpiar los arneses y los carruajes que le corresponden.
Los Caballos de la C.G.d'O.
Pasamos en seguida a la cuadra número 2, que considerada bajo el aspecto de la limpieza y ventilación, no era más que una repetición dé la primera, no encerrando mas que caballos enteros divididos por pares, que comían, dormían o iban enganchados juntos, sin separarse jamás, cada tronco estaba separado de su vecino de derecha e izquierda por unas vallas móviles, suspendidas por cuerdas pendientes del lecho, que caían un poco mas abajo de los corvejones. Estos caballos, no tan solo gozaban de la salud más cabal, sino que estaban perfectamente limpios, y con el pelo esquilado: por sus formas parecían hechos expresamente para la clase de trabajo a que estaban destinados, Generalmente son de baja talla, rellenos, piernas cortas y cabeza pequeña: la compañía los compra por lo común en Normandía y Bélgica por 500 o 600 francos; pero los mejores proceden del departamento de las Ardenas. En el momento que se compran les graban en el cuello, recortando el pelo con unas tijeras, lo que podría llamarse el nombre de bautismo.
Caballo Ardanés en la cuadra de la CGO
Si después de probarlo y ensayarlo por cierto tiempo determinado se juzga que el caballo posee realmente las cualidades que le ha atribuido el tratante o vendedor, se le pone el mismo nombre con un hierro ardiendo sobre una de las piernas traseras, con la cifra del año que ha sido comprado.
Esto no dejó de causarme cierta sorpresa, y así se lo dije a Mr. Donault.
— Cómo, le pregunté: ¿tan honrada y verídica es vuestra empresa que no quiere ocultar lo que las mujeres y chalanes de Inglaterra tratan siempre de ocultar?
— Cuando la empresa, me contestó mi conductor, ha señalado un caballo con su hierro, no se deshace de él mientras le sirve.
— Pero, repuse yo al mirar la marca que llevaba un caballo joven perfectamente mantenido, ¿no les conocéis más que por su número, y no les "ponéis nombre alguno?
— Caballero, me replicó, solo los conocemos por su número.
— Sí, sí, exclamó con viveza y casi de mal humor el palafrenero de la blusa que nos acompañaba; yo les doy á cada uno su nombre, como por ejemplo, á este le llamo Valiente, y á este otro Loco.
Apenas había acabado de pronunciar estos nombres, cuando loco, sin causa aparente,   irguió las orejas, movió la cabeza, paleó, y relinchó fuertemente.
— ¡Hola! exclamó el palafrenero acompañando su exclamación con un formidable juramento y levantando la vara, ¿qué tienes, pícaro viejo?
Loco no contestó, y abandonando la discusión sin motivo alguno, tomó un aspecto resignado y tranquilo, se aceres; á su compañero, y siguió comiendo con apetito.
El caballo de enganche del Ómnibus
por Toulouse Lautrec.
Todavía me ocupaba aquel huracán tan repentinamente apaciguado, cuando al tañido de una campana vi los 10 caballos de un lado de la cuadra enderezar las orejas, escarbar el suelo, mirar hacia atrás, manifestando con inequívocas señales su visa satisfacción, la misma que, según habréis observado, lectores míos, se pinta en el semblante desfallecido de los convidados al oír resonar la campana que llama a comer. En efecto, entró el palafrenero a pocos momentos cargado con un gran saco de avena que arrojó al suelo; pero apenas había echado algunos puñados sobre el harnero para limpiarla, cuando los diez caballos empezaron á morderse unos á otros, relinchar v patear con furor.
Entonces pregunté á Mr. Donault por qué los demás caballos permanecían inmóviles. tan completamente
"¡Ah.!Murmuró el palafrenero azul, porque saben muy bien que no es este saco para ellos.
Sin embargo, cinco minutos después llegó el mismo cargado con su saco, y Loco y Valiente y sus demás compañeros se entregaron entonces á las mismas demostraciones y movimientos que yo había observado poco antes, tanto que fue preciso menudear los juramentos más terribles para aquietarlos.
Nunca he visto comer con tanta avidez.
Durante algún tiempo el silencio solo fue interrumpido por el rumor natural de las quijadas, sin que notase otro movimiento que el de las orejas cuando algún vecino sobrado imprudente metía su hocico en la ración ajena. Pregunté á Mr. Donault si no reñían acaso por la noche; pero su única contestación fue ensenarme un farol suspendido del techo, diciéndome que dos palafreneros dormían constantemente en cada cuadra.
Ved nuestras camas de pluma allá abajo, me dijo mi satélite azul enseñándome la paja y un cuadro suspendido de la pared a un extremo de la cuadra ¡Si voy ahí!.... exclamó interrumpiéndose al ver que un caballo mordía á otro las crines.
¡A su sitio! dijo un segundo a un par de caballos que acababan de relevar, humeándoles todavía la piel y llenos de lodo: « ¡A su sitio!» y los obedientes corceles se dirigieron a un sitio vacante donde se veían dos cabezadas de cuadra.
Enteros yeguas y capones.
— De las tres clases de caballos que tenéis en vuestras cuadras, pregunté a Mr. Donault, ¿a cuál dais la preferencia?
— A un cuando los caballos enteros, me respondió, se resfrían fácilmente, y son en general más delicados que los otros, soportan mucho mejor las fatigas, y son por consiguiente aptos para correr mayores distancias. Para las diligencias, por ejemplo, son más vivos y aguantan más. Para los ómnibus que tienen que pararse con frecuencia son preferibles los castrados por su carácter naturalmente calmoso y apacible; se fatigan menos y duran por consiguiente mucho más tiempo— las yeguas se consideran como lo peor de todo; y cuando lo dije que en Inglaterra se tenía sobre esto una opinión diametralmente opuesta, me respondió que la costumbre en Bélgica y en el departamento de las Ardenas era vender las yeguas llenas o preñadas para hacerlas aparecer como perfectamente conservadas y robustas; pero que después de paridas sufrían una fuerte calentura para la formación de la leche, a lo cual se seguía una grande debilidad y postración.




Formación de Troncos.
Pregúntele también cómo se gobernaba para acostumbrar a los caballos a vivir dos a dos, separados los pares tan solo por una valla, y me respondió:
«Que al principio trataban siempre de reñir, y aun se lanzaban por algunos días frecuentes coces, y bocados; pero que después que se conocían a fondo acababan por ser íntimos amigos.»
Desde que se conceptúa útil un caballo rocíen comprado, y después de marcarle y pulirle, esto es, cortarle las crines y los pelos de los labios y narices, y en fin, lavándole y dejándole enteramente limpio, le disponen para recorrer todo París.
Tiénese buen cuidado, añadió, á pesar de todo, de no cortarle las crines de la cola, que le son muy útiles, no solo para aventar las moscas que les asedian, sino también las de su inseparable compañero.
Se ha observado que los caballos que llevan la cola cortada á la moda inglesa enflaquecen generalmente en verano.

Ómnibus  en Pigalle por Giovanni Boldini

Cuidado de las herraduras.
Todavía pregunté a Mr. Donault qué significaban unos pequeños haces de paja que pendían de la cola de algunos caballos. Díjome que los palafreneros al lavarles los cascos tenían orden de mirar si faltaba algún clavo a las herraduras, y en aquel caso debían poner aquella señal: y de este modo al girar la visita diaria el mariscal, sabía al momento lo que tenía que hacer, sin necesidad de más. De esta disposición bien entendida resultaba que la responsabilidad de cualquier deterioro en las herraduras no pesaba sobre el mariscal, sino sobre el palafrenero.
Al acercarme a la fragua oí al mariscal ocupado en herrar un caballo según el método francés, el mismo que hacia 10 años vi que se seguía, el cual consiste en que el aprendiz u oficial de herrador sostenga el pié del animal, mientras que el amo clava las herraduras, finando les dije que en Inglaterra un hombre solo bastaba para esta operación, amo y criado se miraron y se echaron a reír sin decir palabra. Las herraduras francesas no son más pesadas que las inglesas; las cuatro pesan seis libras; los clavos que penetran en el casco no describen sin embargo el mismo ángulo que en Inglaterra: la cabeza se incrusta dentro de un agujero cuadrado, de manera que el clavo, perfectamente unido con la herradura, se gasta muy poco, pero por otra parte tampoco impide que el caballo resbale. Encima del encorvado cuerpo del mariscal y su ayudante, observé suspendida de la fragua una gran masa de rosas artificiales atadas con anchas cintas azules, blancas y encarnadas; poro me dijeron que se habían colocado allí el día de San Eloy, patrono de su oficio, y que allí debían permanecer hasta el mismo día del siguiente año, que serian reemplazadas por otras nuevas.


Abrevado de los animales.
El establecimiento tiene para su uso dos clases de agua; la primera sirve para limpiar las guarniciones o arneses y los carruajes; la segunda, procedente del Sena, llena cada 24 horas dos grandes pilas descubiertas donde beben los caballos tres veces al día: tiénese sin embargo mucho cuidado en no darles de beber antes que trascurran dos horas después de concluido su trabajo.
La Menescalia.
En la enfermería encontré un cirujano veterinario con espeso bigote blanco, en mangas de camisa, y un delantal en la cintura, ocupado atentamente en hacer tragar a un caballo enfermo una gran cantidad de infusión de salvado, mientras que su ayudante le sujetaba por el lado opuesto. El pobre animal, atado a una argolla colocada en la pared, tenia puesto en el labio superior un lazo corredizo, que un segundo ayudante sujetaba con gran fuerza; de manera, que obligándole a levantar la cabeza, facilitaba en gran manera el que se le pudiese introducir la medicina. A decir verdad, el pobre caballo no oponía resistencia alguna a tan cruel tortura. No pudiendo yo hacer más que ofrecerle mis sinceros deseos por su pronta y completa curación, me alejó de allí, acompañado siempre de mi inseparable guía, hacia un gran edificio de cinco pisos, en cada uno de los cuales vi apiladas hasta una altura de cuatro o cinco metros grandes provisiones de avena negra y blanca. Calculé que con ellas había bastante para más de un año, por lo menos.
Es tan ventilado aquel edificio, que nada más que con el cuidado ordinario, creo que podría conservarse aquel genero diez años cabales. No lejos de allí y bajo un cobertizo vi gran provisión de heno, dispuesto ya en haces para servir de pasto.

Tal es el establecimiento de los caballos de los ómnibus, situado al Oeste de París. Gracias al celo infatigable de los Señores. Donault y Moreau, la existencia de los caballos confiados a su cuidado es una mezcla de trabajo y bienestar. Sus caballerizas están tan limpias, y resguardadas; las guarniciones les incomodan tan poco; el aire que respiran es tan sano, y son tan diferentes los objetos que ocupan su atención, que relinchan alegremente á cada paso, de manera que los creo más felices cuando andan que en sus mismas cuadras reposando. Es verdad que no corren tanto como los caballos de los ómnibus de Londres: en París se creería que el hombre aprecia el tiempo en algo más de lo que vale en sí, si fatigara los corceles creados especialmente para su goce y felicidad más de lo regular y conveniente. No trato por eso de criticar la velocidad de los carruajes ingleses; pero creo que el público, si quiere aprovecharla, no la obtendrá nunca sino cuidando mucho á los caballos, dándoles de beber buen agua, y exquisito forraje, puesto que tiene un deber imprescindible de tratarlos bien y. economizar lo posible su carácter dócil y sumiso.
Convencido do esta moralidad, di las más expresivas gracias por sus atenciones a Mr. Donault que me entregó al despedirse una carta de introducción para el fabricante de los ómnibus de la empresa, y otra para el director del gran establecimiento de caballos de la misma, situado cerca de la barrera de Charenton.
Saludé a Mr. Donault, y guiado por uno de sus criados me encontré al momento junto a una gran puerta sobre la cual se leía la inscripción siguiente:
Empresa general de ómnibus.
'Día de lluvia' por Upiano Checa (Tranvías de la compañía General de Ómnibus

  [Se concluirá.}

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