Finalizaremos nuestra entrada anterior dedicada a los ómnibus de París con el segundo capitulo, no incluiremos los otros 2 últimos para no alargarlo con temas sin interés para nuestro blog, no obstante para lectores que lo deseen pueden encontrarlos en la hemeroteca:16 de enero de 1853. — La Gaceta de Madrid
15 de enero de 1853. — La Gaceta de Madrid
VARIEDADES COSTUMBRES DE PARÍS.- LOS ÓMNIBUS, LOS CABALLOS
DE PARÍS, Y EL MERCADO DE PERROS (Continuación.)
II LOS ÓMNIBUS.
Al ruido de una
campanilla se abrió una puerta colocada a mi derecha, la cual daba entrada a un
gran patio, y me encontré frente a frente con una vieja setentona, verdadero
cancerbero con enaguas, que parecía negarme el paso; pero cuando supo que iba
de parte de Mr. Donault, se encogió ligeramente de hombros como para
tranquilizar-su conciencia, y volviéndome la espalda se metió en su cuarto
murmurando: mi guía, creyendo ya concluida su misión, me saludó cortésmente y
se volvió a sus cuadras.
El establecimiento del Este.
El jefe del establecimiento del Este se
adelantó entonces hacia mí, y aun cuando no me dirigió la palabra, su fisonomía
me indicó claramente que deseaba saber el objeto que allí me conducía: díjele
en pocas palabras que deseaba visitar el edificio.
Respondióme cortésmente
que podía recorrerlo todo, dejándome al momento solo, para hablar con un trabajador
que parecía esperarle con impaciencia.
Esta libertad era todo
cuanto yo deseaba.
Vi en el patio donde me
hallaba muchos ómnibus armados con sus largas lanzas, y dispuestos a ser
enganchados. Todos estaban perfectamente construidos y muy bien charolados. El
interior podía contener hasta 17 personas, y entre los asientos había un
espacio sobradamente ancho para que los viajeros pudieran entrar y salir sin
incomodarse entre sí. En la banqueta exterior había una barandilla de cobre
para que los ancianos pudiesen asegurarse y no caer sobre sus compañeros. A
ella se subía por dos escalones.
Un registro del pasaje en el coche.
Detrás, y sobre el costado izquierdo, se veía
un reloj trasparente, cuyas negras saetas, obedeciendo a un resorte que el
conductor tocaba, daba un sonido seco y agudo cada vez que entraba alguno en el
coche. Este reloj servía para que los inspectores de la línea pudiesen saber a
punto fijo el número de los asientos ocupados, o que lo habían sido en la
carrera.
Omnibus Madeleine-Bastille 1856. |
Los ómnibus en París no
tienen puerta alguna, o más bien la persona del conductor es la que cierra la
entrada, en la que permanece de pie, o se sienta si le acomoda sobre una ancha
correa que separa cuando tiene que entrar alguno.
Viejos coches ómnibus.
En un rincón del patio vi
relegadas una porción de diligencias usadas, carruajes muertos, aunque no
destruidos. En su tiempo se los había considerado, no solo como una gran mejora
de las antiguas formas, sino como una imitación de la manera de viajar en
Inglaterra. Parecían compuestos de cuatro coches unidos entre sí.
El de detrás,
o la galería, contenía dos banquetas, sobre las que podían ir cómodamente
sentadas cuatro personas de cada lado. El de en medio podía encerrar seis, tres
frente a frente: y el cupé, que contenta otras tres, se hallaba coronado por un
cabriolé difícil de describir, cubierto de un toldo de piel: este departamento
podía contener cuatro personas. Detrás de él se ostentaba una especie de cajón
para las maletas y demás efectos de los viajeros, cuyo volumen total se elevaba
a una prodigiosa altura. Como es de suponer, la parte inferior correspondía
perfectamente a la formación grosera y vacía de la parte superior. Las ruedas
pequeñas y gruesas se componían de cinco llantas, dos veces más anchas que las
de hoy; los resortes eran duros; en fin, el timón era tan bajo que casi tocaba
los corvejones de los caballos.
Antiguo coche ómnibus con galería, centro y cupe. |
Cerca de estas viajeras
antigüedades, vi más o menos adelantados en su construcción muchos carruajes
nuevos, de ballesta, con timones perfeccionados, perfectamente guarnecidos,
admirablemente pintados, pero todos construidos según el mismo sistema, poco
republicano sin duda; esto es, divididos interiormente en cajas separadas muy
poco cómodas, origen de un peso y gasto inútil por lo menos. Todos estaban muy
bien charolados; de manera que, comparándolos con los ligeros ómnibus, podían
tomarse por unas cincuentonas adornadas» con flores y cintas, queriendo
rivalizar con la nueva y elegante generación.
Muy ocupado me hallaba
contemplando muchos trabajadores ufanados en adornar uno de aquellos carruajes
con un ancho galón para sujetar el forro de paño, color de ceniza, cuando vi a
la vieja portera que abría el portal de par en par para que entrase un ómnibus
medio cojo que conducían al hospital. Uno de sus tableros había sido
horriblemente herido en un encuentro, y había sido confiado a la fuerza y
vigor de un caballejo, alegre e indiferente a todo, el cual, apenas se vio
desenganchado y atado por la cabezada a una anilla de la pared, se
"apremio a mirar a todos lados y a relinchar fuertemente,
como convencido de que todos desearían saber la causa de aquel incidente "quorum pars magna fui." Pero, ¡ay, nadie, excepto yo, reparó en sus movimientos
ni relinchos!
Del patio me trasladé a
los talleres, donde se ocupaban muchos trabajadores secundados por una poderosa
máquina de vapor. Algunas sierras circulares aserraban grandes maderos
destinados a construir los ómnibus, mientras que diferentes tornos moldeaban y
pulían las piezas de adorno y belleza.
Al entrar en el
departamento de Vulcano, donde había varias fraguas encendidas, recordé las
relaciones que me supieron un tiempo con los herreros ingleses, y no pude menos
de admirar la gran diferencia que existe entre estos y los franceses.
Todos alzan el martillo
con igual fuerza, pero los esfuerzos del francés parece que se agotan antes de
que caiga el instrumento sobre el yunque; el impulso, al contrario, parece
aumentar la fuerza del inglés. La misma observación puede aplicarse a los
trabajos de la lima; el francés emplea todo su vigor en colocarla sobre la
pieza y trabajar después flojamente; el inglés la coloca con descuido, y la mueve
después con fuerza extraordinaria. En una palabra. los franceses, cuyos
trabajos son mas graciosos y lindos, parece que juegan cuando trabajan. (...)
Entretanto, trabé conversación con un artista
que estaba pintando una porción de figuras sobre un tablero. Después de alabar
su obra , lo cual me pareció daba mayor impulso y vigor a su pincel, le pregunte
qué opinión tenia acerca de la revolución de 1848.
— «Caballero, me
contestó, he ganado bastante dinero en borrar muchos escudos de armas; he ganado
todavía más en volverlos a su primer estado.....; y parándose de repente como
quien reflexiona, añadió: «¿Y a mí qué más me da una revolución más o menos?» (Se concluirá.)
Sin duda existía una gran interés por parte de nuestros antepasados por los nuevos medios de transporte comos se deduce de lecturas de la prensa de la época.
Complementaremos esta lectura con algunas informaciones sobre el transporte en París publicadas en la prensa nacional del siglo XIX:
Complementaremos esta lectura con algunas informaciones sobre el transporte en París publicadas en la prensa nacional del siglo XIX:
Son muy curiosos los siguientes
pormenores relativos al extraordinario movimiento de ómnibus en París.
En 1859 trasportaron los ómnibus de
París y de sus arrabales 72.000.000 de personas, 5.000.000 más que en el de 1858.
Agregando a este número el dé
viajeros del camino de hierro americano, llega a la cifra de 73.000.000.
Los gastos de la empresa ascienden
anualmente a 12.000.000 poco más o menos, y el producto a 14.000.000
aproximadamente. Cuenta un personal de 3.000 empleados; posee 500 coches y
6.000 caballos, y paga a la ciudad y al Tesoro 1.000.000 cada año. En resumen,
cada coche del servicio de París cuesta por término medio al día 70 francos y
produce 84, recorriendo 93 kilómetros 90 metros: de suerte que los 412 ómnibus
que timen el servicio de París recorren diariamente la distancia de 38.371
kilómetros, y por año 14.005.630, casi una tercera parte de una vuelta
alrededor del mundo.
La empresa de los ómnibus es de las que más prosperan
en París, y no obstante , su inventor llamado Baudry se arruinó.
Esta información sería complementada años despues por esta otra que ya nos indica las líneas y centros de comunicación de la capital francesa.
27 de marzo de 1869. — La Gaceta de Madrid
En
el periódico el Gaulois encontramos
los siguientes detalles sobre el servicio de los ómnibus de París:
La
compañía explota 49 líneas, que componen un total de 24.077 kilómetros: la línea más larga es
la del Louvre á Courbevoie, que mide 7.850 metros, y la más corta la de la
plaza de las Victorias á Belleville, que cuenta 3.300.
Los
pasos de ómnibus más frecuentes son diariamente en los puntos que siguen: el
Chátelet 2.872; la Bastilla 2.622; el Palacio Real 2.559, y la Puerta de San
Martin 1.692.»
En París el ómnibus hipomóvil continuaría dando un excelente servicio a sus habitantes hasta principios del siglo XX en que la mecanización se impondría de una forma imparable.
Muchas gracias por esta publicación. Me resultó muy útil y las fotos son hermosas
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