sábado, 11 de enero de 2014

La tartana larga y Josep Pla (2)

Una tartana ante la Estación del Norte de Barcelona

  Hace ya 2 años que publicamos un fragmento de la obra de Josep Pla, "Un señor de Barcelona", que nos servía para ilustrar un hoy poco conocido medio de transporte colectivo, la tartana larga.

Al contrario que en otras ocasiones, nos negamos a traducir, pues nos hacía cierto coraje, y creíamos que más pronto o más tarde encontraríamos una traducción de él.
Esta Navidad un amigo nos trajo esta traducción, corresponde a una edición del libro de Pla de 1981.
Aunque preferimos siempre la original, LES TARTANES,  para quienes tengan dificultades en la lectura en catalán, puede ser una ayuda.


Curiosamente la publicación de nuestro anterior post sobre las tartanas, se realizó en los alrededores de Sant Antoni Abad. Ahora dos años más tarde retomamos nuestro compromiso.

Viaje en tartana.


Puget ha conocido la época de las tartanas largas. 
Sí, señor -me dice muy animado-. Yo he ido de San Juan de las Abadesas a Olot en diligencia y de Olot a Figueras, Rosas y Cadaqués en tartana larga. La tartana corta, de dos o tres asientos por banda, era un vehículo meramente particular. En los pueblos se utilizaba para ir a esperar el forastero a la estación, para sacar a misa a la señora encinta o para ir a buscar al cura en el momento de una desgracia. La tartana larga se utilizaba en cambio para el transporte en común y en las carreteras constituía una de las más curiosas amenidades que pueden imaginarse.
El túnel era realmente dilatado. Las personas a las que tocaba sentarse sobre el eje del vehículo -es decir, en el centro del cilindro- viajaban en una atmósfera de profunda oscuridad. Los ocupantes del fondo vivían como en el interior de una caverna y su única esperanza consistía en estar iluminados por algún improbable resquicio de luz penetrando por la pared compacta de sarriones, fardos, mundos y maletas atadas a la parte trasera del vehículo. En realidad, luz franca no la tenían más que los viajeros asomados a la delantera; sin embargo, cuando llovía o nevaba se echaba el párpado del toldo y entonces el paisaje podía contemplarse sólo bajando mucho la cabeza y contor­sionándose. La tartana tenía un farol de luz de aceite, grasiento, colgado de una púa situada en su ángulo delantero de arranque.
En el suelo había paja, pero lo que había dentro de la paja constituyó para mí siempre un misterio insondable. A veces, uno, con los pies chocaba con algún cuerpo duro; otras aplastaba un morral con algarrobas y salvado; en alguna ocasión emergía de la oscuridad el gemido de un animal doméstico con un ala o una pata cogida por nuestros zapatos.
Tartana frente a la casa Estruch en plaza de Catalunya, a principios del siglo XX.

Un día, en el curso de un largo viaje, noté que un payés, que viajaba en el fondo del cilindro, interpelaba con inusitada frecuencia a sus más próximos compañeros.
¿No les parece a ustedes que hace mucho frío? -decía el payés anudándose la bufanda-. Ya le digo yo que tengo los pies helados...
Hombre, tanto frío, tanto frío, ¿qué quiere que le diga? -le contestó un viajero con aire indiferente-. El día es realmente frío, pero tolerable.
Al poco rato el payés volvió a la carga.
¿Qué si hace frío? -dijo como si hablara consigo mismo-. Ya les aseguro que lo hace. Hace un día verdaderamente frío.
¡No será tanto! -contestó otro viajero-. No tenga usted cuidado: este invierno tendrá usted más.
Pues o yo estoy loco o hace un frío endemoniado.
¿No estará usted con el trancazo?
Cuando llegamos a Olot se descubrió que el payés -que calzaba alpargatas- había hecho diez kilómetros en la tartana con los pies encima de un saco que envolvía una barra de hielo rutilante. Era una barra de hielo para un enfermo grave.
La tartana larga tenía un primer momento alegre, que era el del trasmusleo o el de trasmuslear -y pase la palabra-. La operación de colocar las rodillas entre los muslos del viajero de enfrente -única manera de viajar cómodamente en estos vehículos dada su intrínseca estrechez, operación que fue uno de los encantos de la actividad errabunda del viajante de comercio-, dio lugar a muchas anécdotas rijosas y picantes. Desde luego, ello dio origen a muchas procacidades de un dramatismo entre bufo y trágico. Sin embargo, las procacidades, en este mundo, son muy escasas y entonces aparecía la etapa triste de la tartana, que era la más larga. La contemplación de una ristra de seres humanos tiesos como remolachas, sentados delante de otra ristra, rígidos como rábanos, inmersos en una oscuridad grisácea, dando tumbos por el mundo, teniendo, en la parte delantera del tubo, un paisaje cambiante, siempre fue, a mi entender, un fenómeno extraño.

Josep Pla, 1945  (del libro un senyor de Barcelona).

Curiosamente este texto, me ha recordado que en mi infancia, a finales de los cincuenta, aún existía el transporte en camión de línea.
Recuerdo borrosamente un viaje entre Barcelona y un pueblo del Garraf en el camión del "Joan Pega", los pasajeros íbamos sentados en dos bancos transversales en la caja del vehículo, en el centro estaban las cajas y las enormes lecheras vacías que en su retorno de la ciudad, se iban repartiendo por las casas  que tenían rebaños de cabras, en su vuelta cargaría otras que enviarían el láctico a las lecherías de la ciudad.
Viendo así las cosas, puedo pensar lo poco  que habían cambiado  las costumbres entre los tiempos que describe Puget en la narración de Pla y aquellos años cincuenta de mi infancia.



Finalizaremos el post, recordando a nuestros lectores, que hoy, se inician en Catalunya y en muchos otros puntos, las fiestas de St. Antoni Abad y a partir de hoy Los Tres Tombs, surcarán las calles de pueblos y ciudades.
Mañana por nuestra "ex-vila de Sant Andreu del Palomar" en Barcelona, multitud de carros y bestias de tiro circundarán nuestras calles con la alegría de sus campanas y cascabeles con la tradicional bendición en plaza Orfila.
Y nosotros solamente diremos: ¡¡ Visca Sant Anton!!