Al poco de la llegada del Tram-vía al barrio marítimo de la Barceloneta, y ante la perspicaz visión de su gerente de que la proximidad de su terminal a los balnearios le permitiría ganar un no despreciable pasaje, este se dirigió al municipio demandando una prolongación corta pero necesaria para llegar a los mismos y evitar así la competencia de los ómnibus que daban servicio a la puerta de aquellos establecimientos.
La instancia presentada decía más o menos:
Gerardo Uthoff Como director Gerente de la Compañía Anónima de Tram-vías de Barcelona expone:
Que desde hace algunos años se deja sentir en Barcelona y en la época de baños de mar la Falta de un servicio que facilite el transporte con comodidad y rapidez a aquellos saludables e higiénicos establecimientos.
Esta necesidad se ha hecho mucho mas imperiosa desde la desaparición de la playa de San Beltrán que ha obligado a los bañistas a concurrir a los establecimientos situados al extremo de la Barceloneta, hasta el punto que cada año ocurren atropellos y hasta desgracias provocadas por el afán de conseguir sitio en los escasos e incómodos ómnibuses que hasta hoy prestan servicio.
Uno de los temas que en sus planteamientos iniciales se propuso esta Compañía, fue la de llevar el servicio que se ha aludido; mas si bien la compañía cuenta con el material necesario para prestar el servicio, por no llegar la vía más que hasta la calle del Juicio no puede prestar a los pasajeros la comodidad necesaria dejándolos al pie mismo de los repetidos establecimientos.
En esta consideración, la Compañía y por repetidas instancias de los señores propietarios de estos establecimientos ha decidido proyectar una prolongación hasta los Baños Astilleros, consistente en la simple prolongación de la vía por las calles Mayor de la Barceloneta y del Anden del Muelle hasta aquel punto.
(Fuente Archivo Histórico de Barcelona)
Barcelona a 16 de Octubre de 1872
No hay que decir que la compañía consiguió su propósito de llevar la línea hasta los baños Astilleros y fue tal el éxito que la propia sociedad de los Baños Orientales no cejo hasta que se construyera un ramal que por la entonces calle de San Juan (Hoy del Almirante Cervera) hasta esos mismos baños, ramal que subsistió hasta el año 1936.
En 1880 una gaceta publicada en la Vanguardia nos da una divertida visión de un día en los baños con una particular descripción del viaje en Tranvía.
(Fuente La Hemeroteca de la Vanguardia)
Domingo, 17 agosto 1880
A los baños
Pero no a los de San Sebastián, ni a los de Santander, ni, mucho menos, a los de Panticosa, sino a los verdaderos y legítimos barceloneses, es decir, a los de la Barceloneta.
Es preciso tomar un tranvía en la Plaza de Cataluña, porque si lo esperamos frente a la calle de Fernando ó en la Rambla de S. José es posible que después de esperar una hora tengamos que ir a pié en los estribos, expuestos a rompernos la crisma contra cualquier kiosco.
Subamos al que está para partir, un ómnibus de estos que a fuerza de zarandeo les destornillan las piezas a los viajeros de pocas carnes y les licuan la grasa a los obesos. ¿Jesús, lleno ya? Vaya, tendremos que ir de pié en la plataforma. Empieza el zarandeo y el campanilleo.
Atravesamos la Rambla de Canaletas en un santiamén. Ya; estamos en la calle del Carmen.... ¡Alto! Parada, y fonda. En efecto, dos minutos para esperar a tres señoras, una de ellas fabulosamente gruesa y cinco para ascenderlas a la plataforma en que nuestros pecados y las aficiones balnearias nos han colocado.
Suena el silbato y parte la rauda locomotora; pero aun no ha corrido veinte metros cuando encontramos otra estación. No recogemos más que un solo viajero, pero vale por dos. Forma magnífico pendant con la obesa majestad que va a mi lado; pero va a colocarse en la plataforma delantera.
Al llegar frente a la calla de Fernando el tren es asaltado por una cuadrilla de forajidos que no solo llenan las plataformas, estrujando a mi pobre humanidad contra la señora obesa, sino qua se colocan también en los estribos, donde se ensayan en hacer equilibrios.
El tiro apenas puede arrancar; a nadie le es posible moverse; estamos peor que los arenques; pero ya nos daríamos por satisfechos yendo así todo el camino.
Junto al Ateneo sufrimos el último asalto. En las plataformas nos aplastan; en el interior que es donde se va con más comodidad, todo el mundo se queja más; el cobrador se echa encima de las señoras para alcanzar el dinero y entregar los billetes.
Corremos ya por el Paseo de Colón, con una velocidad igual a la de los trenes españoles; los otros tranvías pasan rozando las espaldas de los que se han metido, a guisa de escolta, en los estribos del nuestro. Las palmaras por un lado y los carruajes por el otro aparecen de repente y se pierden da vista con una rapidez inesperada. El viento azota nuestros caldeados rostros y la música de las campanillas, el chasqueo da los látigos y el ruido de las ruedas nos ensordece.
De pronto se oye el timbra y al vehículo se detiene. ¿Qué será? ¿Que peligro nos amaga? I es que el cobrador no ha encontrado manera de andar por los estribos y ha tenido que bajar para ir al otro lado. Vuelve a partir el armatoste. La rapidez es todavía mayor. No podamos apreciar la forma dé los objetos que pasan por nuestro lado.
Otra nave da la misma guisa que la que nosotros tripulamos se acerca y parece que lleva análogas intenciones. Nos quiere embestir, no hay duda. Las señoras del interior se levantan asustadas, pálidas.
Ahí estará unos veinte metros se desvía y. krig... krig... krig. Allá Vamos, no ha sido nada ¡ El susto. «Pero ¡qué torpes son estos cocheros, hombre calle Vd., si parece que estén subvencionados por la funeraria.
Los comentarios no cesan hasta que llegamos frente al camino del Cementerio. En la Boca todo al mundo calla y la ansiedad se plata en los semblantes. Los carros y los tranvías que se entrecruzan, que rozan por todos lados nuestro vehículo, son un peligro inminente.
Al llegar a lo alto de la rampa todos respiramos. Como un rayo pasamos por una estrecha calla de la Barceloneta, procurando que aquellas casas bajas, sucias, estrechas, con los balcones, ventanas y umbrales poblados de mujeres y de catervas de chiquillos sucios, entecos, en camisa la mayor parte y alguno hasta descamisado.
Los sacrificios, que hemos hecho son ya suficientes para que se nos conceda la palma de los mártires; pero aún nos falta una prueba.
Al entrar en la plazoleta en la cual se alza más ó menos majestuosamente el balneario de la Deliciosa, el ómnibus se va Asaltado por ambos lados por dos ejércitos de mujeres y chiquillos que nos impidan salir de aquellas malditas apreturas. Ellos empujan desde abajo y nosotros desde arriba. Por fin, conseguimos romper las filas enemigas y entramos en división de espera.
De los cinco ó seis establecimientos de baños que existen en la playa de la Barceloneta, dos son mas concurridos, sin duda alguna, son el de la Deliciosa y el llamado Baños Oriéntales.
Aestos va la gente seria, a la búsqueda de la comodidad y de la elegancia y muchos de los que teniendo para salir de Barcelona, sin embargo no lo pueden hacer. A los otros van los abonados al bullida y algazara, los hombres cuyo principal goce parece que es vivir en traje de baño ó revolcarse por la arena y pasearse sobre las olas, algunas mujeres que quieren navegar por el proceloso al lado de algún tritón amado y los mirones, que sea tal vez los que más abundan en la Deliciosa.
No usan los mirones barceloneses, como los de la playa de San Sebastián, gemelos ni telescopios ni es el galanteo su ocupación favorita; pero son capaces de estarse, como aquellos, tres y cuatro horas en contemplación estática. Y cuenta que las nereidas se hallan ocultas a sus ansiosas miradas por oscuras tablas y sucias estoras y que sólo pueden atravesar con los rayos de sus ígneos ojos un par de centenares de tritones', no modelados ciertamente por las divinas manos da la Venus salobre, sino por los de alguna que no aprendió estética en los talleres de los artistas griegos.
Sin embargo, el panorama es muy divertido. Con un poco de imaginación puede uno dar soberbio salto atrás en la historia e ir a encontrarse en las sociedades primitivas, en el seno de una tribu. Los gritos inarticulados que se oyen, la manera de revolcarse de algunos.
La entrada en el lugar sagrado esta prohibida a los bañistas. Tres ó cuatro lobos de mar, más feos que Picio, la guardan, desgraciado del varón que se atreva a pasar los umbrales del gran templo. La prohibición no es, empero absoluta. Yendo con la familia pueden entrar los padres y los hijos de ídem en cualquiera de los cuartos reservados, pagando, por supuesto, él escaso. Si, el dinero en el mar, como en la tierra es una gran palanca.
Al lado derecho da la Deliciosa, se halla dos baños especialmente consagrados, a la izquierda son los llamados del Astillero sobre los cuales se levanta una maciza cerca de tablas, cierra todo, el edificio de merendero y de restaurante, mas a la derecha los de San Miguel y mas lejos los Orientales, llenos de majestad y orgullo, silenciosos, tristes, graves, como; casa aristocrática.
No hay que buscar en ellos nada que se parezca' a aquella franca alegría, a «.que el jolgorio que hemos visto en la Deliciosa. Aquí, los hombres sentados indolentemente en el salón de espera, parecen dioses del Olimpo y las mujeres Calipsos que no pueden consolarse de la partida de Ulises. Medio aburridas, esperan el momento de ir a entregar su cuerpo a las caricias de las olas, como esperarían la hora da la comida ó la de ir al teatro, el bañarse, para algunas, es una ocupación otra cualquier. No se qué ha extraviado dentro del mar, porque no las han visto jamás en él; pero es de sospechar que no usan la misma gravedad con el.
De los hombreas que se bañan en los Oriéntalas sí que podría decir bastante. Va allí, la flor y nata de los elegantes.... de verano. Tienen estos baños casi todas las comodidades apetecibles; los que no quieran sufrir los gritos y las embestidas de los chiquillos; los que no quieran verse arrojados por fuerza extraña y cuando menos se piensen al agua, ó rodar a lo mejor por la arena, a los Orientales deben ir.
Hay en ellos una piscina que le recuerda a uno, algo así como la Alambra, y en la cual se van siempre algunos nadadores. Son peces de estanque. A su alrededor, dos filas superpuestas de celdas forman una bonita decoración.
Por lo demás, las aguas están allí sosegadas.... menos cuando las remueve el viento. Encerrado el mar en un callejón de tablas, es algo más triste, pero también más tranquilo. En fin, que en los balnearios barceloneses hay para todos loa gustos y que me extraña que haya personas que digan qua en Barcelona no puede uno divertirse en verano ni bañarse bien y honestamente.
B. AMENGUAL.
¡Hola Railsiferradures!
ResponderEliminarBuffff... tu post me ha consumido casi todo el tiempo disponible de esta mañana para el blog, aunque ha valido la pena.
Me ha encantado ver a los chiquillos tan ordenaditos en la parte superior del tranvía, contemplando el panorama. Supongo que les gustaría tanto la excursión en tranvía y tirado del caballo como los mismos baños.
También es una gozada el artículo que publicas "A LOS BAÑOS" de B. AMENGUAL y las fotografías de todo el post.
Es uno de los post más distintos en cuanto a tema de todos los que visito. Besos, abrazos y carícias a los dos expertos en repartir alegrías por la casa, y ¡hasta pronto!
Hola Clariana,
ResponderEliminarMe alegro de que te haya gustado el post, ahora en verano convenía buscar un tema acorde con la estación. Corrección técnica el vehículo que conduce a los niños a la playa no es un tranvía si no que se trata de un ómnibus, la diferencia es que el primero va sobre raíles y este no, sería como el autobús de la época. Su ubicación en el post es primero por el interés como fotografiá, la aproximación al tema y que el Sr. Unthoff por motivos corporativos los mencionaba peyorativa mente en su escrito solicitando prolongar su línea de tranvía hasta los baños Astilleros.
La diferencia es difícil de apreciar si no te fijas mucho en ruedas y suelo pues por lo demás podían ser muy parecidos.
Por lo demás si que es un post muy largo, quizás ahora en vacaciones pierdo un poco las proporciones, espero no hacerme pesado.
Bueno el próximo también va a ser largo pues por mucho que intento resumir hay mucha materia, ya veremos.
Besos y abrazos de RiF, el resto de familia y los expertos en vivir mejor que nadie de casa.
Es magnifico el artículo que transcribes, porque nos explica como era un viaje en tranvia, como lo vivían los usuarios. Los aficionados al ferrocarri muchas veces nos centramos en el material motor o en la infraestructura, pero nos olvidamos de los usarios. Me ha gustado mucho, además es muy acorde a la época del año.
ResponderEliminarUn saludo!
Escarbando por la hemeroteca puede encontrarse mucha información que nos permite vislumbrar como era la vida y la forma de pensar y actuar de las personas de entonces, incluso su forma de hablar que ha variado muchísimo en tan, relativamente, poco tiempo.
ResponderEliminarIgual que este viaje, una interesante polémica que hubo en los años 80 del SXIX sobre el tabaco en los vehículos públicos y las habituales quejas de usuarios por malos servicios o incluso las carreras entre tranvías y ómnibus nos pueden dar argumentos para futuros post.
Un saludo RyF