Estos
últimos días, un entrañable y desconocido amigo nos ha dicho adiós.
Richard
Lomas, ha tomado su último tranvía, y desde la ventana del imperial
dirige su vista hacia el lugar donde los raíles se unen.
Cuando
perdemos a alguien, siempre nos quedan en la mente cosas que
hubiéramos querido y no llegamos a realizar. En este caso
simplemente nos hubiera gustado llegar a conocerle. Las
lecturas de sus post y el recuerdo de una entrada que nos dedico, nos había creado esta ilusión, que ya no podrá realizarse.
Hoy nos queda leer sus antiguas entradas y disfrutar de las
magnificas fotografías suyas y de muchos de sus amigos, que con su
generosidad quiso compartir.
Como
homenaje hemos sacado de la estantería uno de los capítulos de un
muy querido libro de Ray Bradbury, uno de los pocos que no es de SF:
El último
paseo.
A la primera luz
del alba. De mañana, muy temprano. Las hojas tiemblan en todos los
árboles, despertando suavemente a cualquier brisa.. entonces, muy
lejos, en una curva sobre sus rieles de plata, aparece un tranvía de
color anaranjado, en equilibrio sobre cuatro rueditas de acero azul,
cubierto de charreteras de bronce que brillan débilmente, y de
barras doradas. La campanilla cromada tintinea cada vez que el viejo
conductor golpea el piso con su zapato arrugado. Los números que
lleva el tranvía a los costados y al frente son de un amarillo
limón.
En el interior,
hay asientos agradablemente ásperos, como un moho verde y fresco.
Algo similar a un tentáculo se alza desde el techo para alcanzar el
hilo de araña, entre las altas copas de los árboles, que alimenta
al tranvía. De todas las' ventanas sale un incienso, un secreto,
azul y penetrante olor a rayo y tormentas estivales.
A lo largo de las
calles, sombreadas de olmos, se mueve el tranvía. Y la mano
enguantada y gris del conductor toca levemente, incesantemente, las
manecillas y palancas.
Al mediodía, el
conductor detuvo su coche. - ¡Eh!
Y Douglas y
Charlie y Tom y todos los niños y niñas de la manzana vieron el
guante gris que hacía señas y bajaron de los árboles, y dejaron
las cuerdas sobre la hierba como serpientes blancas, y corrieron y se
sentaron en los asientos de felpa verde, y no hubo que pagar. El
señor Tridden, el conductor, llevó el tranvía calle abajo;
llamando, y tapó con el guante la boca de la caja del dinero.
- ¡Eh! -dijo
Charlie-. ¿A dónde vamos?
-El último paseo
-dijo el señor Tridden, con los ojos fijos en el alto alambre
eléctrico que volaba adelante-. No más tranvía. Mañana empieza a
correr el ómnibus. Me van a retirar con una pensión. Así que. ..
¡un paseo gratis para todos! ¡Cuidado!
Movió a un lado
el brazo de bronce, y el tranvía gruñó y echó a correr por una
infinita curva verde, y pareció como si el tiempo se hubiera
detenido, como si sólo los niños y el señor Tridden y su maquina
milagrosa estuvieran alejándose por un río interminable.
- ¿El último
día? -preguntó Douglas, estupefacto-.
¡No es posible!
Primero desaparece la Máquina Verde, encerrada en un garaje, y sin
discusiones. Luego mis zapatos de tenis envejecen y se gastan. ¿No
más paseos? Pero. . . pero. .. ¡Un ómnibus no es un tranvía! No
hace el mismo ruido. No tiene vías, ni cable, no echa chispas, no
tiene los mismos colores, no tiene campana, ¡no baja una cuesta como
un tranvía!
-Sí, es cierto
-dijo Charlie-. ¡Qué bien baja las cuestas el tranvía, como un
acordeón!
-Claro -dijo
Douglas.
Y así llegaron al
fin de la línea, donde los rieles de plata, abandonados hacía
dieciocho años, que se metían en el campo.
En 1910 la gente
tomaba el tranvía para ir al parque de Chessman, con grandes
canastas de picnic. Los rieles se oxidaban ahora entre las lomas.
-Aquí damos
vuelta -dijo Charlie.
- ¡Aquí te
equivocas! -dijo el señor Tridden encendiendo el generador de
emergencia-. ¡Vamos!
El tranvía, dando
un salto y recostándose como un navío, dejó atrás los límites de
la ciudad, precipitándose cuesta abajo entre luces perfumadas y
vastas extensiones de sombra que olían a hongos. Aquí y allá, las
aguas de los arroyos reflejaban rápidamente las vías, y las hojas
de los árboles filtraban el sol como un vidrio verde. Se deslizaron
murmurando por campos donde se mecían los girasoles, pasaron ante
estaciones abandonadas donde sólo quedaba el confeti de los
agujereados billetes, y siguieron un arroyo, internándose en el país
del verano, mientras Douglas hablaba.
Pero si hasta el
olor del tranvía es diferente. He estado en los ómnibus de Chicago,
huelen raro.
-Los tranvías son
muy lentos -dijo el señor Tridden-. Van a poner ómnibus. Ómnibus
para la gente y ómnibus para la escuela.
El tranvía se
detuvo con un chillido. El señor Tridden Sacó -del techo unas
grandes canastas de picnic. Gritando, los niños lo ayudaron. El
arroyo desembocaba en un lago silencioso donde un viejo kiosco caía
a pedazos atacado por las hormigas.
Se quedaron allí,
comiendo sándwiches de jamón y frutillas silvestres y naranjas, y
el señor Tridden les dijo cómo había sido veinte años atrás,
cuando la banda tocaba de noche en el adornado kiosco, con hombres
que soplaban en las cornetas de bronce, y el gordo director que
transpiraba moviendo la batuta. Los niños y las luciérnagas corrían
por las hierbas altas; las señoras con largos vestidos y altos
copetes se paseaban por la senda de maderas de xilofón, con hombres
de cuellos duros y sofocantes. Por allí paseaban, por aquella senda
casi borrada por los años.
El lago estaba
sereno, azul y silencioso, y los peces se metían pacíficamente
entre las cañas brillantes, y el conductor hablaba y hablaba,
y los niños sentían que era otro otoño, y que el señor Tridden
parecía maravillosamente joven, con los ojos iluminados como
pequeños bulbos azules y eléctricos. El día parecía flotar,
tranquilamente, y nadie se movía, y el bosque se cerraba alrededor,
y el sol estaba quieto en el cielo mientras la voz del señor Tridden
subía y caía, una aguja se movía en el aire, cosiendo, y
volviendo a coser, unos dibujos a la vez dorados e invisibles. Una
abeja se posó en una flor zumbando y zumbando. El tranvía se
alzaba como un palio encantado, centelleando cuando el sol caía
sobre él.
El tranvía estaba
en las manos de los niños; como un olor de bronce, mientras comían
las frutillas. El brillante olor del tranvía salía de las ropas
movidas por el viento.
Un somorgujo
cruzó. el cielo, llorando. El señor Tridden se puso los guantes.
-Hora de irse.
Vuestros padres pensarán que os rapté.
El tranvía
estaba fresco, silencioso y sombrío, como el interior de una
heladería. Con un verde y suave crujido de cuero aterciopelado, los
callados niños dieron vuelta los asientos y se sentaron a espaldas
del lago silencioso, el kiosco desierto y las tablas de paseo que
hacían una especie de música cuando uno bajaba por ellas hacia la
costa, hacia otros mundos. .
¡Ding!, tintineó
la campanilla bajo el pie del señor Tridden, y regresaron entre
prados de flores blancas, abandonados por el sol. El pueblo pareció
aplastar los costados del tranvía con ladrillos, asfalto y madera
cuando el señor Tridden pasó por las calles sombrías, dejando a
los niños.
Charlie y Douglas
fueron los últimos en bajar y se detuvieron cerca de la puerta
plegadiza del tranvía, respirando electricidad, mirando cómo los
guantes del señor Tridden se movían sobre los bronces.
-Bueno. . .
Adiós, señor Tridden.
-Adiós,
muchachos.
. -Ya nos
veremos, señor Tridden.
- Ya nos veremos.
Hubo un leve
suspiro; la puerta se cerró con suavidad.
El tranvía navegó
lentamente por la tarde, más brillante que el sol, todo naranjas,
limones y oro, dobló una esquina lejana, quejándose, y desapareció.
- ¡Ómnibus para
la escuela! -dijo Charlie cruzando la calle-. Nunca llegaremos tarde.
Vendrá a buscarte a la puerta. No llegaremos tarde jamás. Piensa en
esa pesadilla.
Doug, piénsalo. .
Pero Douglas, de
pie sobre la hierba, imaginaba cómo sería mañana, cuando los
hombres echaran asfalto caliente sobre las vías de plata, y ya nadie
podría saber que' un tranvía había corrido por esas calles. Pero
sabía que pasarían muchos años antes que él olvidase las vías,
por más que las sepultaran. Alguna mañana de otoño, primavera, o
invierno, despertaría e iría a la ventana o se quedaría en cama
bien abrigado y oiría el tranvía, débil y muy lejos, y luego,
donde se curvaba la calle matinal, en las avenida, entre las filas
uniformes de sicomoros, arces y olmos, en la quietud que"
precede a la iniciación de la vida más allá de su casa, oiría los
sonidos familiares. Como el tic-tac de un reloj, el retumbar de una
docena de barricas de metal que rodaran por la calle, el zumbido de
una solitaria e inmensa libélula, al alba. Como una calesita, como
una pequeña tormenta eléctrica, con el color azul del rayo que
viene y se queda un momento. ¡El carillón del tranvía! El siseo de
surtidor de soda que baja y vuelve a subir, y otra vez el principio
del sueño, como si el tranvía volviese a navegar, sobre unos
ocultos y sepultados rieles hacia algún oculto y sepultado
destino...
-¿Jugamos a la
pelota después de la cena? -preguntó Charlie.
-Sí -dijo
Douglas-, jugamos.
Ray Bradbury: Dandelion wine (1957)
La mayoría de las fotografias pertenecen a http://tramways.blogspot.com.es/
A pocos días de
la publicación de esta entrada, tuvimos conocimiento por la prensa
de la marcha a las estrellas de Ray Bradbury. Él, que alimento horas
de lectura de muchos de nosotros con fantásticas narraciones, en que
mezclaba fantasías futuribles con sensaciones humanas, sus crónicas
marcianas, bien podrían haber sido escritas por un superviviente de
una tribu sioux.
Como en todas las
desapariciones, Se ha escrito mucho, y con mejor información que lo
que podamos verter aquí, solo añadir nuestro homenaje a un buen
hombre.
Ahora, imaginamos
a nuestro amigo Richard, vestido como señor Triddent, parando su
tranvía naranja frente a la casa de Ray Bradbury en Waukegan,
desde allí su tranvía se dirigirá hacia una terminal en las arenas
de un canal marciano a encontrarse con sus amigos que tiempo atrás
le precedieron en su último paseo.
Hasta
siempre maestros!!!
La mayoría de las fotografias pertenecen a http://tramways.blogspot.com.es/
Adiós al amigo virtual !
ResponderEliminarHola Gabriel,
EliminarCompartimos el adiós.
Hoy he leido en la prensa, la noticia de la muerte de Ray Bradburi, sirva esta entrada de homenaje también a quien me regalo, horas de fantasticas lecturas en mi juventud.
Un abrazo tranviario.
railsiferradures
Que homenagem preciosa...
ResponderEliminarBeijo carinhoso.
Gracias Teca,
EliminarUn abrazo nuestro y de Clariana.
rails i ferradures.
El último tranvía.
ResponderEliminarSe l´emportat.
Sempre havia sentit parlar de l´ultim tren.
Una abraçada, Montserrat
Hola Montserrat,
EliminarSempre hi ha hagut un ultim... i un primer.
Aquest amics seguiran vius a la nostra memòria.
una abraçada.
rails i ferradures