domingo, 3 de junio de 2012

El último paseo de Richard Lomas



Estos últimos días, un entrañable y desconocido amigo nos ha dicho adiós.
Richard Lomas,  ha tomado su último tranvía, y desde la ventana del imperial dirige su vista hacia el lugar donde los raíles se unen.
Cuando perdemos a alguien, siempre nos quedan en la mente cosas que hubiéramos querido y no llegamos a realizar. En este caso simplemente nos hubiera gustado llegar a conocerle.  Las lecturas de sus post y el recuerdo de una entrada que nos dedico, nos había creado esta ilusión, que ya no podrá realizarse.
Hoy  nos queda leer sus antiguas entradas y disfrutar de las magnificas fotografías suyas y de muchos de sus amigos, que con su generosidad quiso compartir.
Como homenaje hemos sacado de la estantería uno de los capítulos de un muy querido libro de Ray Bradbury, uno de los pocos que no es de SF:



El último paseo.
A la primera luz del alba. De mañana, muy temprano. Las hojas tiemblan en todos los árboles, despertando suavemente a cualquier brisa.. entonces, muy lejos, en una curva sobre sus rieles de plata, aparece un tranvía de color anaranjado, en equilibrio sobre cuatro rueditas de acero azul, cubierto de charreteras de bronce que brillan débilmente, y de barras doradas. La campanilla cromada tintinea cada vez que el viejo conductor golpea el piso con su zapato arrugado. Los números que lleva el tranvía a los costados y al frente son de un amarillo limón.
En el interior, hay asientos agradablemente ásperos, como un moho verde y fresco. Algo similar a un tentáculo se alza desde el techo para alcanzar el hilo de araña, entre las altas copas de los árboles, que alimenta al tranvía. De todas las' ventanas sale un incienso, un secreto, azul y penetrante olor a rayo y tormentas estivales.
A lo largo de las calles, sombreadas de olmos, se mueve el tranvía. Y la mano enguantada y gris del conductor toca levemente, incesantemente, las manecillas y palancas.

Al mediodía, el conductor detuvo su coche. - ¡Eh!
Y Douglas y Charlie y Tom y todos los niños y niñas de la manzana vieron el guante gris que hacía señas y bajaron de los árboles, y dejaron las cuerdas sobre la hierba como serpientes blancas, y corrieron y se sentaron en los asientos de felpa verde, y no hubo que pagar. El señor Tridden, el conductor, llevó el tranvía calle abajo; llamando, y tapó con el guante la boca de la caja del dinero.
- ¡Eh! -dijo Charlie-. ¿A dónde vamos?
-El último paseo -dijo el señor Tridden, con los ojos fijos en el alto alambre eléctrico que volaba adelante-. No más tranvía. Mañana empieza a correr el ómnibus. Me van a retirar con una pensión. Así que. .. ¡un paseo gratis para todos! ¡Cuidado!

Movió a un lado el brazo de bronce, y el tranvía gruñó y echó a correr por una infinita curva verde, y pareció como si el tiempo se hubiera detenido, como si sólo los niños y el señor Tridden y su maquina milagrosa estuvieran alejándose por un río interminable.
- ¿El último día? -preguntó Douglas, estupefacto-.
¡No es posible! Primero desaparece la Máquina Verde, encerrada en un garaje, y sin discusiones. Luego mis zapatos de tenis envejecen y se gastan. ¿No más paseos? Pero. . . pero. .. ¡Un ómnibus no es un tranvía! No hace el mismo ruido. No tiene vías, ni cable, no echa chispas, no tiene los mismos colores, no tiene campana, ¡no baja una cuesta como un tranvía!
-Sí, es cierto -dijo Charlie-. ¡Qué bien baja las cuestas el tranvía, como un acordeón!
-Claro -dijo Douglas.
Y así llegaron al fin de la línea, donde los rieles de plata, abandonados hacía dieciocho años, que se metían en el campo.
En 1910 la gente tomaba el tranvía para ir al parque de Chessman, con grandes canastas de picnic. Los rieles se oxidaban ahora entre las lomas.
-Aquí damos vuelta -dijo Charlie.
- ¡Aquí te equivocas! -dijo el señor Tridden encendiendo el generador de emergencia-. ¡Vamos!
El tranvía, dando un salto y recostándose como un navío, dejó atrás los límites de la ciudad, precipitándose cuesta abajo entre luces perfumadas y vastas extensiones de sombra que olían a hongos. Aquí y allá, las aguas de los arroyos reflejaban rápidamente las vías, y las hojas de los árboles filtraban el sol como un vidrio verde. Se deslizaron murmurando por campos donde se mecían los girasoles, pasaron ante estaciones abandonadas donde sólo quedaba el confeti de los agujereados billetes, y siguieron un arroyo, internándose en el país del verano, mientras Douglas hablaba.
Pero si hasta el olor del tranvía es diferente. He estado en los ómnibus de Chicago, huelen raro.
-Los tranvías son muy lentos -dijo el señor Tridden-. Van a poner ómnibus. Ómnibus para la gente y ómnibus para la escuela.
El tranvía se detuvo con un chillido. El señor Tridden Sacó -del techo unas grandes canastas de picnic. Gritando, los niños lo ayudaron. El arroyo desembocaba en un lago silencioso donde un viejo kiosco caía a pedazos atacado por las hormigas.
Se quedaron allí, comiendo sándwiches de jamón y frutillas silvestres y naranjas, y el señor Tridden les dijo cómo había sido veinte años atrás, cuando la banda tocaba de noche en el adornado kiosco, con hombres que soplaban en las cornetas de bronce, y el gordo director que transpiraba moviendo la batuta. Los niños y las luciérnagas corrían por las hierbas altas; las señoras con largos vestidos y altos copetes se paseaban por la senda de maderas de xilofón, con hombres de cuellos duros y sofocantes. Por allí paseaban, por aquella senda casi borrada por los años.
El lago estaba sereno, azul y silencioso, y los peces se metían pacíficamente entre las cañas brillantes, y el conductor hablaba y hablaba, y los niños sentían que era otro otoño, y que el señor Tridden parecía maravillosamente joven, con los ojos iluminados como pequeños bulbos azules y eléctricos. El día parecía flotar, tranquilamente, y nadie se movía, y el bosque se cerraba alrededor, y el sol estaba quieto en el cielo mientras la voz del señor Tridden subía y caía, una aguja se movía en el aire, cosiendo, y volviendo a coser, unos dibujos a la vez dorados e invisibles. Una abeja se posó en una flor zumbando y zumbando. El tranvía se alzaba como un palio encantado, centelleando cuando el sol caía sobre él.

El tranvía estaba en las manos de los niños; como un olor de bronce, mientras comían las frutillas. El brillante olor del tranvía salía de las ropas movidas por el viento.
Un somorgujo cruzó. el cielo, llorando. El señor Tridden se puso los guantes.
-Hora de irse. Vuestros padres pensarán que os rapté.
El tranvía estaba fresco, silencioso y sombrío, como el interior de una heladería. Con un verde y suave crujido de cuero aterciopelado, los callados niños dieron vuelta los asientos y se sentaron a espaldas del lago silencioso, el kiosco desierto y las tablas de paseo que hacían una especie de música cuando uno bajaba por ellas hacia la costa, hacia otros mundos. .

¡Ding!, tintineó la campanilla bajo el pie del señor Tridden, y regresaron entre prados de flores blancas, abandonados por el sol. El pueblo pareció aplastar los costados del tranvía con ladrillos, asfalto y madera cuando el señor Tridden pasó por las calles sombrías, dejando a los niños.
Charlie y Douglas fueron los últimos en bajar y se detuvieron cerca de la puerta plegadiza del tranvía, respirando electricidad, mirando cómo los guantes del señor Tridden se movían sobre los bronces.
" Douglas acarició el moho verde, miró la plata, el bronce, el color de vino del techo.
-Bueno. . . Adiós, señor Tridden.
-Adiós, muchachos.
. -Ya nos veremos, señor Tridden.
- Ya nos veremos.
Hubo un leve suspiro; la puerta se cerró con suavidad.
El tranvía navegó lentamente por la tarde, más brillante que el sol, todo naranjas, limones y oro, dobló una esquina lejana, quejándose, y desapareció.
- ¡Ómnibus para la escuela! -dijo Charlie cruzando la calle-. Nunca llegaremos tarde. Vendrá a buscarte a la puerta. No llegaremos tarde jamás. Piensa en esa pesadilla.
Doug, piénsalo. .
Pero Douglas, de pie sobre la hierba, imaginaba cómo sería mañana, cuando los hombres echaran asfalto caliente sobre las vías de plata, y ya nadie podría saber que' un tranvía había corrido por esas calles. Pero sabía que pasarían muchos años antes que él olvidase las vías, por más que las sepultaran. Alguna mañana de otoño, primavera, o invierno, despertaría e iría a la ventana o se quedaría en cama bien abrigado y oiría el tranvía, débil y muy lejos, y luego, donde se curvaba la calle matinal, en las avenida, entre las filas uniformes de sicomoros, arces y olmos, en la quietud que" precede a la iniciación de la vida más allá de su casa, oiría los sonidos familiares. Como el tic-tac de un reloj, el retumbar de una docena de barricas de metal que rodaran por la calle, el zumbido de una solitaria e inmensa libélula, al alba. Como una calesita, como una pequeña tormenta eléctrica, con el color azul del rayo que viene y se queda un momento. ¡El carillón del tranvía! El siseo de surtidor de soda que baja y vuelve a subir, y otra vez el principio del sueño, como si el tranvía volviese a navegar, sobre unos ocultos y sepultados rieles hacia algún oculto y sepultado destino...
-¿Jugamos a la pelota después de la cena? -preguntó Charlie.
-Sí -dijo Douglas-, jugamos.
Tranvía de Wakegam, Illinois, ciudad de la infancia de Bradbury,   Dave's Web

Ray Bradbury:   Dandelion wine (1957)

A pocos días de la publicación de esta entrada, tuvimos conocimiento por la prensa de la marcha a las estrellas de Ray Bradbury. Él, que alimento horas de lectura de muchos de nosotros con fantásticas narraciones, en que mezclaba fantasías futuribles con sensaciones humanas, sus crónicas marcianas, bien podrían haber sido escritas por un superviviente de una tribu sioux.
Como en todas las desapariciones, Se ha escrito mucho, y con mejor información que lo que podamos verter aquí, solo añadir nuestro homenaje a un buen hombre.
Ahora, imaginamos a nuestro amigo Richard, vestido como señor Triddent, parando su tranvía naranja frente a la casa de Ray Bradbury en Waukegan, desde allí su tranvía se dirigirá hacia una terminal en las arenas de un canal marciano a encontrarse con sus amigos que tiempo atrás le precedieron en su último paseo.
Hasta siempre maestros!!!

La mayoría de las fotografias pertenecen a   http://tramways.blogspot.com.es/

6 comentarios:

  1. Respuestas
    1. Hola Gabriel,
      Compartimos el adiós.
      Hoy he leido en la prensa, la noticia de la muerte de Ray Bradburi, sirva esta entrada de homenaje también a quien me regalo, horas de fantasticas lecturas en mi juventud.
      Un abrazo tranviario.
      railsiferradures

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  2. Que homenagem preciosa...

    Beijo carinhoso.

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    1. Gracias Teca,
      Un abrazo nuestro y de Clariana.
      rails i ferradures.

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  3. El último tranvía.
    Se l´emportat.
    Sempre havia sentit parlar de l´ultim tren.
    Una abraçada, Montserrat

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    1. Hola Montserrat,
      Sempre hi ha hagut un ultim... i un primer.
      Aquest amics seguiran vius a la nostra memòria.
      una abraçada.
      rails i ferradures

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