Una de las más bellas montañas de Catalunya es el Pedraforca. Su nombre ya tiene algo de misterioso, de maldito; proviene de su forma, es una gran mole que esta rematada por dos picos como si de cuernos se tratara.
Si a ello sumamos lo agreste y solitario de la zona y su difícil ascenso no es de extrañar que proliferarán leyendas en torno a ella, quizás la más popular es la de los aquelarres que celebraban brujas y espíritus en la enforcadura, (en medio de sus dos picos),la noche de San Silvestre.
En mi juventud de excursionista esta era una de las metas más anheladas, que además sumando la dificultad de acceso para llegar a su base, no había transporte publico para llegar a Saldes, y no disponíamos de vehículo privado, hacia aún mas legendario el acceder a su cima.
El año 1976 mi hermano mayor y yo hicimos un primer intento de coronar la montaña.
He de reconocer que no íbamos bien preparados ya que ninguno de los dos conocía el camino y entonces no estaba tan bien señalizado como hoy. Pero con entusiasmo, y una mapa de Alpina nos disponíamos a realizar nuestra proeza.
La meteorología fue adversa y el domingo amaneció lluvioso, por lo que hubimos de desistir y nos dedicamos a explorar las cercanías de Saldes.
En la parte inferior del pequeño pueblo había una bocamina, Carbones Pedraforca tenía entonces allí una mina que explotaba con un anticuado equipo de vagonetas de caja de madera tiradas por mulas.
Desgraciadamente, en aquella época en mi afición, primaban las locomotoras y los vagones a aquel tipo de tracción. Estaba ante una de las últimas explotaciones ferroviarias a tracción animal y no le di la importancia que tenia, ni siquiera hice fotografiás.
La visita evidentemente en la zona exterior se limito a ver los raíles y vagonetas que allí habían y no se me ocurrió entrar en las cuadras de las mulas, solo vi. las que estaban amarradas a algunas vagonetas esperando turno de entrar al tajo.
Lo que si me quedo grabado es que a las mulas les tapaban totalmente los ojos y la explicación que entonces me dieron los mineros me choco, se trataba de evitar que a salida de la mina la luz las cegara y quedarán definitivamente sin vista. Años después con un grupo de amigos accedimos nuevamente a Saldes y aquella vez si coronamos la montaña, por la vía del "Verdet".,pero al preguntar por la mina, la respuesta fue que ya hacia algún tiempo había sido clausurada.
La minería ha hecho grandes aportaciones al ferrocarril y los animales a su vez han sido y aún hoy siguen siendo esforzados trabajadores de la minería. por lo que merecen un puesto aún no suficientemente reconocido en la historia de esta industria.
Una excepción es la Web: www.lne. donde es hemos encontrado este excelente artículo que retrata este mundo de los animales en la minería
Pobres bestiasEn los orígenes de la minería la extracción del mineral se hacía mediante cestos que acarreaban los propios obreros, casi siempre esclavos.
Cuando se incorporó la rueda al mundo del trabajo, los cestos se transformaron en carretillas y no tardó en aplicarse una rudimentaria tecnología con tablas alineadas y niveladas que permitió su desplazamiento a la manera de las vagonetas. Luego, el hierro trajo los raíles metálicos y el perfeccionamiento de las ruedas, pero la fuerza del arrastre siempre partía del músculo y la sangre. Así se aplicaron a este fin bueyes, caballos, mulas... e incluso adolescentes y niños de edades que hoy nos sobrecogen, pero éstos merecen un capítulo aparte. Refiriéndonos sólo a los animales, los que más huella dejaron fueron las mulas. Híbridos estériles nacidos del cruce entre caballos y asnos y que conjugan las virtudes de ambos. Su vigor, la fortaleza de sus patas y unas pezuñas especialmente adaptadas para agarrarse al terreno hacen que se consideren especialmente dotadas para las labores de esfuerzo; además resisten bien las enfermedades y las picaduras de toda clase de bichos incluso en condiciones extremas.
Las primeras que se emplearon en la minas asturianas llegaron de Castilla, Andalucía y La Mancha y pertenecían a ganaderos mayoristas que las alquilaban a las empresas, hasta que para abaratar los costes éstas decidieron su compra. Quienes trabajaron con ellas recuerdan que su carácter era tan diferente como el de las personas, las había dóciles y obedientes hasta la extenuación y también rebeldes e intratables, e incluso tan inteligentes que eran capaces de contar el número de topetazos de las vagonetas que se les enganchaban, antes de decidirse a tirar de ellas, pero al final todas acabaron prestando grandes servicios a la minería y mientras se podían sostener erguidas fueron sometidas a un trabajo durísimo y sin descansos.
A principios del siglo XX aún se preferían los bueyes, que trabajaban en el exterior arrastrando la madera desde el lugar de la tala hasta los depósitos o las minas y en la mayoría de las trincheras también formaban parte del paisaje habitual, atendidos casi siempre por mujeres. Se aparejaban con collarones y si el camino lo permitía había parejas que eran capaces de desplazar carros de hasta 1.400 kilos; pero cuando llegó la I Guerra Mundial la demanda de carbón se multiplicó y la producción tuvo que acelerarse, de manera que los bueyes fueron dejando paso poco a poco a las mulas, que eran igual de fuertes, necesitaban menos cuidados y además podían bajarse hasta las galerías.
Para comprender la existencia infernal que llevaban estos pobres cuadrúpedos baste recordar que algunas descendían a las minas cuando eran muy jóvenes y sólo volvían a la superficie cuando habían muerto, después de haber perdido la vista a causa de la oscuridad permanente y con la piel encallecida por los latigazos que las reventaban para que sumasen un turno tras otro.
Aún hoy, en muchas explotaciones de la Sudamérica profunda donde el progreso se detuvo en los despachos de los dictadores de los años 70, las mulas siguen acarreando el mineral y constituyen uno de los bienes más preciados de los pequeños empresarios mineros, de manera que los trabajos tradicionales y específicos que deben acompañar a cada atajo de animales aún se desarrollan con normalidad y pueden verse arrieros; caponeros, que son quienes encabezan cada reata; sabaneros, que alimentan a los animales, y atajadores, que se encargan del sustento y los utensilios de los arrieros.
En las Cuencas también recordamos a estos últimos, y a los cuadreros, encargados del mantenimiento de los establos, donde las más afortunadas recibían su alimento y eran limpiadas, cepilladas y trasquiladas cuando tocaba, pero, por supuesto, los oficios más populares que podemos relacionar con esta actividad y que todos conocemos son los caballistas y los trenistas, que aún mantienen este nombre, aunque los animales hayan desaparecido de los tajos.
Es verdad que las mulas eran el vivo ejemplo de la tozudez y en este sentido se cuentan mil anécdotas, pero también fueron el mejor símbolo de la resistencia física. En otras regiones españolas que viven de la agricultura se usaban (y aún se usan a veces) para tareas de fuerza, en el transporte de cargas pesadas, para arar los campos o a la hora de sacar agua de los pozos mediante una noria -una de sus estampas más típicas-, aunque cada vez quedan menos porque sus labores ya las realiza la nueva tecnología.
La mitología minera recoge las hazañas de algunos de estos animales guardando incluso sus nombres, por ejemplo se dice que en la mina de El Xagarín de Quirós -un lugar castigado por la tragedia- había dos machos, el «Toro» y el «Bonito», que eran capaces de tirar por veinte vagones cuando lo normal eran ocho, y en el Nalón, Albino Suárez, cronista y poeta de la mina, ha escrito que en una ocasión una mula conocida por su extraordinario tamaño y capacidad de trabajo, llamada la «Muralla», fue capaz de arrastrar 45 vagones desde La Fragua al plano en La Amada.
En la década de los cincuenta las acémilas empezaron a desaparecer sustituidas por las máquinas eléctricas y las locomotoras de combustión interna, casi al mismo tiempo en que llegaron los martillos modernos para facilitar la labor de los picadores y las primeras medidas de seguridad empezaron a implantarse en los tajos. De modo que actualmente es casi imposible encontrar por las Cuencas alguno de estos animales, pero han sido un capítulo destacado de nuestra historia y la huella de sus miserias va a permanecer para siempre en el folclore minero.
Seguramente han oído muchas veces «La mula torda» popularizada por «Nuberu», pues permítanme cerrar con una estrofa a modo de pequeño homenaje para aquellas pobres y queridas bestias. La música la ponen ustedes:
«... Mas un día yo vi bien
que la mula nun tiraba
y entruguei a la mio mula
que si nun-y daben cebada.
Y respondióme la mula
con llárimes nos sos güeyos:
la cebá ya nun la pruebo
l'alfalfa ya nin la güelo,
Tengo dici-y a mio ma
que espurra más la merienda.
Teo una mulina torda
quiero repartir con ella».
http://www.lne.es/secciones/noticia.jsp?pRef=1631_38_518422__cuencas-Pobres-bestias