Hace algunas entradas, publicamos la historia de unas infelices mulas que al ser forzosamente jubiladas, se rebelaron, y huyendo del establo donde estaban confinadas, se pusieron a realizar lo que habían hecho durante casi toda su existencia, recorrer la línea de tranvía de origen a final.
Meditando sobre esta situación, podemos vislumbrar que el ideal de felicidad para aquellos seres, era salir a la calle y arrastrar su tranvía hasta que el cansancio o el hambre hicieran necesario volver a su cuadra.
No habían conocido ningún otro mundo y al dejarlas sin actividad, se produjo un shock inesperado, que en su caso acabo en la fuga y retorno a su antigua ocupación.
Igual que a las mulas, a muchas personas el fin de una actividad supone una ruptura, en ocasiones insalvable, he conocido muchísimos casos de personas que al jubilarse, no encontrando otras ocupaciones en que dar sentido a su vida se van apagando más o menos rápidamente.
La historia de la mula Mandy es un caso flagrante, mostrándonos que lo que quizás pudiera para algunos ser una situación paradisíaca, acaba finalmente en drama.
La leyenda de la mula MandyEl tranvía de la ciudad de El Paso en 1890 se reducía a cuatro o cinco coches guiados cada uno de ellos por una mula a cual más decrépita.
La matriarca del establo se llamaba Mandy y era la más resabiada y popular de la ciudad.
Cuando llegó a El Paso, Mandy ya era una veterana mula procedente del tranvía de la ciudad de San Antonio donde tras trabajar durante unos quince años, y creyendo que no podía dar más de sí la pusieron en venta , siendo acogida por el tranvía de El Paso.
El tranvía de esta pequeña ciudad parecía una labora más fácil para el veterano animal y desde su llegada en 1890, hasta la llegada de los tranvías eléctricos en 1901, Mandy cumplió diariamente con su cometido sin prisa y con paso cansino, pero sin defraudar a su pasaje.
Durante esos doce años más o menos de servidumbre en el tranvía local, Mandy pasó a ser el más popular personaje en El Paso. No era extraño ver mujeres acercándose a Mandy en la calle y alimentarla con una manzana o un puñado de margaritas. Los niños solían jugar a la sombra de Mandy y alrededor de sus piernas tirando de su cola sin miedo.
Mandy tenía la fama de ser capaz de se más lenta que la justicia y su trote era mas lento que el paso de cualquier otra mula. Así mucho tiempo después de su desaparición en los hogares de El Paso, se sigue oyendo con frecuencia expresiones tales como "fulano de tal es tan bondadoso como Mandy", o "ese muchacho es más lento que Mandy", "He esperado con tanta paciencia como Mandy", etc.
Hace seis años, tuve la suerte, de viajar en un tranvía tirado por Mandy. No voy a explicar lo lento que viaje, pues si lo hiciera, nadie me creería.
Una vez subí al coche y tras emprender la travesía, al rato, Mandy llegó a un punto muerto en medio de la calle y, según todas las apariencias, se durmió. El conductor le azuzó también de forma soporífera para continuar, pero viendo que no había nada que hacer. Ya que Mandy estaba totalmente dormida. El Cochero con calma se resignó a lo inevitable, se sentó en un banco, lió un cigarrillo y se puso a fumar plácidamente.
Así transcurrió una hora o quizás más.
Tras perder la paciencia, le abordé. "¿Por qué no haces que marche la mula?"
-"Porque es Mandy", respondió con serenidad.
"¿Por qué no usas el látigo?" volví a interrogar.
A lo que el cochero con una mirada que comenzaba a ser hosca contestó:
-No llevo ningún látigo. (*ver nota al final del post)
"Pero hay un montón de palos sueltos en la calle", insistí. "Recoge unos de ellos y dale".
El auriga se levantó de su asiento, tiró la colilla del cigarrillo y me miró con desprecio.
-"Extranjero", dijo, "la mula es Mandy. Si llego a pegar a Mandy, sería fusilado antes de que tuviera tiempo de respirar. Es un personaje privilegiado, esta vieja mula es hija adoptiva de esta ciudad."
Luego lió otro cigarrillo, me dejo a parte y volvió a su humo.
Dejé el coche y acabé el trayecto a pie.
Mandy fue un animal tan querido que cuando se inauguró la tracción eléctrica, en la ciudad se hizo una gran fiesta. Todos los coches nuevos se pusieron a circular por la línea hasta la noche, siendo el servicio gratuito para todos los que pudieran subir a bordo.
Una banda de música amenizaba la comitiva, pero lo más impresionante de la procesión, era un coche plataforma cubierto con coronas y guirnaldas de flores sobre el que estaba Mandy. Mandy fue con mucho el principal objeto de interés de esa alegre fiesta. La celebración terminó a medianoche, y la procesión se detuvo frente a la nueva cochera.
Mandy descendió desde el coche al suelo, caminó gravemente y dando la espalda a uno de los nuevos coches, y procedió a cocearlo, haciendo todo lo posible por reducir a pedazos los modernos sustitutos. Esa fue en toda su vida las únicas coces que Mandy propinó, y fue necesario el esfuerzo de una veintena de hombres para alejarla de la escena de demolición. Al día siguiente, Mandy fue enviada a unos pastos, donde la alfalfa le llegaba a la rodilla.
Sin nada que hacer sino comer y beber en pocos días Mandy falleció.
Murió de pena por la añoranza a ese amado pueblo de El Paso.
No pudo soportar ser suplantada por un invento infernal que no tenia gratitud por las amables palabras y caricias, y sin recibir las manzanas y terrones de azúcar. Murió, no de vejez pues no llegaba a los 50 años, sino con el corazón roto.
Hay una carretera que sale de El Paso hacia el sur. Es un camino muy transitado y trayecto favorito de los paseños cuando van al volante. A una milla de la ciudad junto a la carretera, hay una tumba, y frente de esta tumba una piedra, un bloque cuadrado de granito, y en su superficie como único epitafio una palabra, Mandy
Esta narración fue escrita por un periodista del diario La Estrella de San Luis en 1905. posteriormente fue publicado en el libro "Tranvías en El Paso" por Ronald E. Dawson.
Nosotros la hemos traducido de la sección “Stories and Lore of the Horse Car Lines....” http://www.rrstuff.net/hcarlore.htm
*Nota-
En los reglamentos de las compañías de tranvías americanas, se prohibía terminantemente el uso del látigo, que solo en casos muy especiales y bajo autorización expresa podía llevarse en el coche.
El reglamento indicaba que los cocheros no guiasen animales cojos o discapacitados, por lo que además tanto el cochero como el conductor (cobrador), estaban obligados a retirar de la vía: piedras, clavos o cualquier otro objeto que pudiese dañar a los animales en su trayecto.
Al parecer este reglamento no llegó a implantarse del todo en nuestros tranvías, asi: