No fumador de toda la vida, recuerdo que en mi juventud a una invitación de tabaco solía contestar: “lo siento, no fumo”, como si se tratase de una descortesía. Mas tarde se comenzó a limitar el uso del tabaco; a finales de los noventa no era habitual fumar en las oficinas hasta su prohibición en 2006.
Hace unos días, en una película canadiense de 1980, el
protagonista George C. Scott, hizo un gesto que hoy consideraríamos
desagradable y de mala educación.
El actor, que interpretaba a un famoso compositor, estaba
fumando en una oficina, y acabado su cigarro, lo tira al suelo y lo aplasta con
el zapato.
Ello da que pensar sobre cómo van cambiando nuestros hábitos;
también a nosotros nos ha recordado que teníamos pendiente una entrada sobre
como sobrevino la prohibición de fumar en el transporte público, ya que
teníamos guardadas varias gacetas y artículos de fines del siglo XIX sobre este
tema.
El tabaco, producto cuyo uso fue descubierto por los
nativos americanos y traído a Europa por los descubridores españoles en el
siglo XVI, extendió su uso por todo el continente en sus tres formas, es decir,
fumado en cigarros o en pipa, aspirado como rapé y finalmente mascado.
Con la generalización de su uso aparecieron
detractores, y la controversia entre unos y otros ha llegado hasta nuestros
días, y el hecho de que al fin se haya demostrado su perniciosidad, no ha
impedido que continue su comercialización.
Compartimentos
de no fumadores y … de fumadores…
Un
reglamento de 1879 nos ilustra sobre la aparición de compartimentos de no
fumadores, al parecer, estos se limitaban a la primera clase:
GACETA
DE LOS CAMINOS DE HIERRO 2 DE MARZO DE
1879.
REGLAMENTO para la ejecución de la LEY DE POLICÍA DE FERRO-CARRILES
CAPÍTULO
VII. Disposiciones concernientes a los viajeros y personas extrañas al servicio
de los ferro-carriles.
Art. 100. Los viajeros tienen derecho a que los
empleados de la empresa o del gobierno hagan salir del carruaje a todo el que por
su falta de compostura, palabras o acciones, ofenda el decoro de los demás,
altere el orden establecido o produzca disturbios o disgustos; como también a los
que fumen en el carruaje destinado a los no fumadores.
Art. 101. Reservarán siempre las empresas uno o más
compartimentos de primera clase en los trenes de viajeros para las señoras que
viajando solas lo soliciten: y otro en el cual no se permita fumar.
Al poco, hemos encontrado en la hemeroteca de La
Vanguardia: 29 de septiembre de 1881: -Son
varias las quejas producidas con motivo de permitirse algunos caballeros fumar
en los coches reservados de primera clase, en la línea de Valencia a Tarragona.
No dudamos que la empresa dará órdenes a sus empleados para que eviten la
repetición de este abuso. (Parece ser que entonces no estaba
permitido el tabaco en los trenes)
Hacia 1971 la RATP (autoridad del
transporte parisino), abrió en sus autobuses una plataforma en la parte
posterior a modo de las antiguas plataformas de acceso, y era lo que hoy se
denominaría un área de fumadores, además de un excelente observatorio de la
ciudad para los turistas.
Finalmente
recordaremos una situación harto curiosa que se daba en los aviones, donde se
segregaba a los fumadores a unas filas, mientras que se situaba a los no
fumadores en las del lado opuesto con una distancia entre ambas de apenas un
metro y sin mediar separación física alguna entre ambas.
Fumar
en tranvías y ómnibus.
Los
tranviarios, al menos los conductores (cobradores), tenían prohibido fumar como
se puede ver en la gaceta:
2 de diciembre de 1885: —Dice
un colega local: «Para conocimiento del público publicamos a continuación
ciertos detalles que, según rumores, tienen relación con la penosa existencia
que arrastran los dependientes de la empresa inglesa del tranvía de Gracia.
A
los conductores de dicho tranvía se les exige al entrar un depósito de 20
duros; siendo de notar que existen 40 conductores y 5 suplentes, lo cual arroja
una suma de 900 duros. Al que recauda poca calderilla se le despide…. Está
prohibido el fumar. Tienen una hora escasa para la comida….
En otros países ya se había iniciado una segregación de los no fumadores:
9 de noviembre de
1888 Sr. Director de LA VANGUARDIA. Pasando por alto otras
impresiones de mi viaje por estas tierras, y de las cuales he recogido apuntes
…voy a trascribirle por si quiere darle publicidad …la página de mi cartera que
se refiere a la Exposición Universal de Bruselas, …tomando al efecto los
diferentes tranvías que a ella conducen, …. Estos son iguales que en Barcelona,
pero sin imperial y dividido, el interior en dos compartimentos, en uno de
los cuales no se permite fumar…
A fines del siglo XIX, el hábito tabaquil se había extendido muchísimo entre la población. La aparición del cigarrillo había contribuido a ello en gran medida.
Esto generó como reacción la aparición de la conciencia de su
perniciosidad, ya que se fumaba en algunos casos desde la más tierna infancia. Así
en 1889 se celebró un congreso para conseguir que se regulará el uso del
tabaco:
24
de julio de 1889 Se ha celebrado un Congreso
internacional contra el abuso del tabaco, se ha resuelto, entre otras cosas,
proponer una ley prohibiendo fumar a los menores de diez y seis años. El
Congreso se ha mostrado también partidario de que no fumen los soldados en los
cuarteles, los viajeros que ocupen la plataforma de tranvías y ómnibus, cuando
este espacio no esté separado del interior por una puerta cerrada, ni los cocheros
cuándo conduzcan gente en sus vehículos.
Un artículo del Sr. Vicente Amat, publicado en 1892
nos muestra claramente la situación que se daba entonces, por su extensión
hemos extraído algunos fragmentos.
Si alguien quisiera leer el artículo completo solo
tiene que buscarlo en la Hemeroteca de La Vanguardia:
29 noviembre 1892
Humos y perfumes.
Ahora que las empresas de ómnibus y tranvías
han establecido por completo el servicio de invierno, con sus coches cerrados,
me parece ocasión oportuna para discurrir un rato acerca de la tolerancia del
uso del tabaco por los pasajeros y del abuso de los perfumes por las viajeras.
El primero ha llegado a su colmo. El que se asoma a la portezuela de un tranvía
cuando éste se halla a la mitad del trayecto y lleva regular pasaje, se ve
instintivamente detenido por una espesa nube de humo que flota en el interior
del coche envolviendo a los pasajeros cual un sudario y por un hedor a tabaco
quemado, que si no tiene aquel cabeza fuerte y privilegiados pulmones no se
atreve a desafiar. …
Que el humo es molesto
en los tranvías, no puede desconocerse. Molesta extraordinariamente a las
señoras; molesta a los hombres que no fuman; y hasta molesta a los mismos
fumadores, pues a nadie agrada respirar una atmósfera viciada y pestilente.
Pero si sólo se tratara
de molestar, podría proponerse el problema comparando aquéllas con las que al
fumador produce la abstención del cigarro, y la resolución sería difícil, por
depender de una apreciación. Mas no es éste el caso. El problema lo plantea la
realidad en el sentido de que el humo del tabaco en un recinto estrecho es
perjudicial….
De
todos modos, respecto a este delicado asunto, nada pido a la autoridad, no
tanto por temor a que se me proponga excepción de incompetencia, sino,
principalmente porque considero que en esta materia es innecesaria toda medida
coercitiva, ya que es notorio y sabido que los abusos de la química son de
aquellos pecados que llevan consigo la penitencia.
VICENTE AMAT
En el mismo diario
hemos encontrado varios jugosos artículos del que fuera su director y que los
firmaba como JUAN BUSCON, el Sr. Ezequiel Boixet:
Página 1.- 12 abril 1894 LA. VANGUARDIA
Una
lectora asidua de LA VANGUARDIA me dirige una muy ingeniosa carta escrita con
mucho garbo, acerca de un asunto que he tratado ya alguna vez y sobre el que me
pide mi amable corresponsal que insista un poco más en obsequio a las señoras y
«aun cuando sea usted fumador empedernido.» Trátase en dicha carta «del
detestable vició de fumar en el interior de los tranvías», vicio contra el cual
protesta una y mil veces la asidua lectora, apoyándose en razones que me
parecen muy sensatas y oportunas. Y eso que soy fumador y que más de una vez (y
más de mil... ¡pues ya lo creo!) me ha sucedido eso... el encender un pitillo y
hasta un puro en los coches del inglés, como dice un conductor que me honra con
su trato rodado. Pero el que yo haya incurrido en tan feo vicio, no ha de
impedirme que reconozca, como casi reconocí en otro artículo, que efectivamente
pueda ser molesto para el bello sexo, razón suprema para que el señor Collaso
dicte una disposición, si así le parece bien, encaminada a prescribir el tabaco
en el interior de los vehículos públicos.
Si lo hace así, juro desde ahora acatar sin quejas ni protestas el reglamento; si no lo hace me concretaré a decir a las señoras que lo siento mucho y que cuando sea yo alcalde ya veremos de hacer algo. Y ahora voy a reproducir, sometiéndolas principalmente al ilustrado criterio de nuestra primera autoridad municipal, algunas de las consideraciones que me dirige mi linda corresponsal, «En el interior de los tranvías—dice—no se permite subir a los perros, prohibición que no trato de combatir, aunque bien mirado aparezca injusta, puesto que un can es siempre menos incómodo que un fumador. He reparado muchas veces que cuando un perro se introduce clandestinamente o por condescendencia del conductor, en un tranvía, no causa molestia a nadie; guarda una actitud muy tranquila, decorosa, de animal decente, mientras que el fumador con aquel egoísmo inconsciente que le distingue no repara en asfixiar a sus vecinos, en apestarles, llenando el coche de una nube de humo acre que hace pasar por su boca y sus narices enviándolo luego al prójimo. ¡Vaya una gracia! ¿Qué diría usted de un hombre que enviase escupitinas al aire en el interior de un coche, remojando a sus compañeros de viaje? Qué comete una valiente porquería ¿no es verdad? pues el caso es el mismo o muy parecido». Pues mire usted señora... tiene usted razón... ¡ea! que la tiene usted. Que la grosería se cometa en forma gaseosa o líquida, no quita que sea grosería.
«Usted
habrá reparado sin duda—añade la dama—en una particularidad muy donosa y que se
repite a cada instante. Por mi parte no paso día sin ver un nuevo ejemplo de
ella. Sube un caballero (llamémosle simplemente un individuo del sexo
masculino) entra en un tranvía ya medio lleno de señoras y de varones, se
sienta y lo primero que hace es sacar un cigarrillo y ponerse a fumar; no
parece, sino que ha esperado aquella ocasión de fastidiar al vecino o a la
vecina para convertirse en cañón de chimenea. Quizás ha pasado una hora sin
fumar, andando de un lado a otro por la calle y paréceme que podría muy bien
pasar un cuarto de hora más, sin encender su cigarrillo y sin morirse por eso.
Si la buena educación no fuera con sobrada frecuencia una vana palabra, aquel
buen señor esperaría el momento de bajarse del tranvía y de estar de nuevo en
la calle para sacar su petaca. Pero ¡quiá! en el coche ha de ser en donde él
encienda su maldito tabaco; es el sitio precisamente en donde ha de causar
molestia y desazón. Y dígame usted ¿le parece bien eso?» ¡Qué ha de parecerme,
señora!... ¡qué ha de parecerme... si leyendo lo que V. me escribe se me cae la
cara da vergüenza, porque yo mismo obrando con esa inconsciencia, ese egoísmo
que V. tan justamente vitupera (nunca con mala fe, eso se lo juro por todos los
sabios del Paraíso), yo mismo, repito, he incurrido algunas veces en.… en eso, pero
no hablemos de mí; dejémoslo y continúe V. señora. El párrafo que copio a
renglón seguido y en que V. analiza con mucho espíritu de observación las
diferentes clases de fumadores de tranvía (o en tranvía) me gusta mucho y
quiero que nuestros lectores lo saboreen, «Hay fumadores tímidos, vergonzantes
casi, que parecen buscar el perdón de su delito en la actitud que guardan.
Procuran sacar poco humo y lo dirigen hacia el suelo, para que no se extienda
por los lados; si se apaga el cigarro no se atreven a encenderlo de nuevo; y si
lo encienden es con cierto recato, casi ocultándose. Algunos lo tiran a medio
fumar, invadidos quizás por el remordimiento: son gentes que comprenden que
hacen mal y que se esfuerzan en aminorar su culpa, por lo cual casi les
perdono. Pero junto a estos hay los otros; los que parecen decir en alta voz:
si señores, yo fumo, porque sí, porque me da la gana y al que no le guste que
se fastidie. Y esos fuman ostentosamente, despidiendo innobles bocanadas, sin
importárseles un pito que el pestífero humo envuelva a la dama que tiene la
desgracia de estar sentada a un lado o al niño de teta que hay sí al otro lado.
Que uno de los viajeros o viajeras que están cerca de él tosa desesperadamente,
irritada la garganta por el humo ... bien ¿y qué? no por eso deja de fumar el
tío; ¿qué le importa a él la humanidad entera, si el cigarro tira bien? El otro
día iba sentado un señor gordo junto a una señora que no hacía más que toser;
él, con su cigarrazo de a vara, venga echar humo y más humo, sin darse por
enterado, pareciendo hasta ofendido de que no se le dieran las gracias por el
sahumerio. A mí se me freía la sangre y hubiera dado no sé qué para ser en
aquel momento una de esas chulas que hay en Madrid y en Sevilla y decirle al
gordo lo que en un caso igual le dijo una de ellas a un fumador, en el tranvía
del barrio de Salamanca: «Oiga usted, señor de percalina, ¿cuánto le da a usted
la Tabacalera por asesinar a la gente?» Concluye la carta de la asidua lectora
con este último párrafo que también copio íntegro: «Con que señor Buscón, bueno
sería que a pesar de ser usted fumador, nos prestara el auxilio de su pluma
para combatir esa inconveniente y arraigada costumbre. Fumen en buena hora
ustedes, pero hágannos el obsequio (que no es mucho pedir) de no fumar durante
15 o 20 minutos, cuando estén en el interior de los tranvías.» Mi pobre pluma,
señora, está a la disposición de usted y estoy pronto a esgrimirla siempre que
usted me lo mande en defensa de sus derechos y hasta de sus caprichos. Respecto
a la cuestión presente, creo que el mejor alegato era reproducir los párrafos
que usted me escribe y cuya lectura encomiendo a los fumadores decentes y a las
autoridades constituidas.
JUAN
BUSCÓN.
Primeras
prohibiciones de fumar en los tranvías.
La
situación planteada, comenzó a fructificar de modo que en un nuevo reglamento
para los tranvías de Madrid, se planteaba ya la prohibición de fumar en el
interior de los tranvías:
Página 2.— 12 noviembre 1894, LA
VANGUARDIA
Reglamento de tranvías. Según vemos en
la prensa de Madrid, la junta nombrada por el gobernador, señor duque de
Tamames, para la reglamentación de los tranvías en Madrid, ha aprobado el
oportuno reglamento. Consiste éste de 62 artículos, entre los cuales merecen
conocerse los siguientes:
…
Además,
se prohíbe fumar en el interior de los coches.
¿No
podría intentarse algo análogo, pero eficaz en Barcelona?
Dos años después Barcelona plantea una medida
similar:
Página 2— 16 Abril 1896. LA
VANGUARDIA
La
comisión Municipal de Gobierno tiene en estudio un reglamento para regularizar
en los tranvías el número de pasajeros que deben llevar. Parece que también en
dicho reglamento se prohibirá fumar en el interior de los tranvías.
Pagina 1.—Miércoles 1 Febrero 1899.
BUSCA BUSCANDO.
En
los coches del tranvía eléctrico se ha colocado una tablilla, y en la tablilla
un suplicatorio breve, pero claro. La Compañía, en vez de prohibir el uso del
tabaco se contenta con rogar a los señores viajeros se abstengan de fumar,
considerando sin duda que había producir mejores efectos una súplica que un
mandato. Pero, si he de creer lo que me asegura el rumor público, esa política
contemporizada no ha producido los buenos frutos que de la misma esperaban sus
maquiavélicos autores. Aquí somos muy listos, mucho, digan lo que quieran
nuestros adversarios y envidiosos: el fumador barcelonés ha olido en seguida la
tostada y, con admirable buen sentido dice: «Inglés»: lo que es a mí no me la
pegas tú; lo que quieres, con tus socaliñas y tus finuras, es cohibirme en el
uso legítimo de mis derechos individuales é imprescriptibles y a mí no me
cohíbe nadie, ¿estás? Con que, salud y
fraternidad». —Y firme en tan viril resolución, saca su petaca y lía un
cigarrillo o enciende un puro después de echar una mirada desdeñosa sobre la
insidiosa tablilla.
…
No
hay en esto nada que me sorprenda: multitud de ejemplos, de casos vistos, me
han demostrado que la consideración y la cortesía naturales, las que nacen de
un sentimiento innato de educación, se encuentran con mayor frecuencia—en
Barcelona al menos-— entre los elementos proletarios que entre otros más
elevados por la posición social.
Y
recuerdo a este propósito un hecho muy reciente.
Encontrábame
pocos días ha, el día de la nevada, en el interior de un coche del tranvía de
Gracia. Enfrente de mí había una señora en estado interesante, a cuya derecha
se sentaba un caballero de facha senatorial, muy bien trajeado y sacando de un
soberbio veguero bocanadas de humo, en tanto que a la izquierda se hallaba
instalado un obrero con blusa azul y pantalón de raída pana, saboreando una
humilde tagarnina. Puesta entre las dos chimeneas, la pobre señora disimulaba a
penas el malestar que tanto incienso le causaba, pero sin poder reprimir el
fuerte acceso de tos que la amorataba el rostro y ponía, jadeante su pecho.
Observólo el obrero y al punto tiró su purito a medio
consumir; pero el enguantado majagranzas siguió chupando a más y mejor,
enviando humo a derecha y a izquierda, sin cuidarse de la incomodidad
ocasionada a su pobre vecina, a quien ni el recurso quedaba de cambiar de sitio
ni plantarse siquiera en la plataforma atestada de viajeros, y en tanto le
brindaba yo mi asiento, lo cual acepto al punto, aunque
no salía ganando gran cosa, pues el veguero alcanzaba, a todas partes,
no pude menos de pensar que mayor sacrificio hacía aquel buen jornalero tirando
su tagarnina, que no lo había hecho el del habano renunciando al suyo.
¿Se
saldrá con la suya la Compañía pidiendo que no fumen en el interior de los
coches?... Se abrigan, dudas vehementes sobre el particular. Hay quien opina
que a la súplica tendrá que sucedería prohibición y hay que ni con prohibición
se logrará el fin propuesto. Quizás habría un medio de alcanzar un resultado,
sin necesidad de edictos prohibitivos, y sería el poner en el interior de los
vehículos en letras de a palmo la siguiente indirecta: se suplica a las
personas decentes que se abstengan de fumar.
Juan
Buscón
Como
ya suponía el Sr. Boixet, el éxito de las advertencias de abstenerse de fumar
en los tranvías, fue nulo así unos días más tarde…
Página 2.—sábado 4 febrero 1899.
—Lamentamos
tener que insistir sobre la cuestión de no fumar en el interior de los
tranvías, porque esto prueba que ni vale la invitación de la Compañía ni las
continuas indicaciones de la prensa.
Pero
debemos llamar la atención de aquella gerencia sobre el hecho repetido
continuamente, de entrar el conductor del carruaje al interior del coche con el
humeante puro encendido entre los labios.
Lástima
es que el público no adopte una actitud más conveniente para todos, sobre todo
para las señoras, privándose de fumar durante unos cuantos minutos; pero es
doblemente lastimoso, y hasta irritante, que la Dirección de la Compañía no
sepa mandar cumplir a sus empleados lo mismo que suplica al público.
En
1902 suponemos que ya hartas de la situación algunas personas volvieron a tomar
cartas en el asunto:
El siempre mordaz Sr.
Boixet, publicó al respecto de esta visita:
—Busca, buscando. Tres
cosas le han pedido a nuestro Alcalde Mayor las señoras que anteayer se
presentaron en comisión ante nuestra primera autoridad municipal. Y el señor
Amat, a fuer de hombre galante, prometió, naturalmente, tener en cuenta la
demanda y hacer lo posible para satisfacer a las demandantes.
Aunque allá en su fuero
interno se dijera, seguramente, el bueno de mi tocayo:
—Pues ahí es poco lo
que me piden estas señoras... Bien quisiera yo obtener del ilustrado público
barcelonés lo que ellas desean, pero, la verdad, más fácil me parecería llegar
a la extinción de la deuda municipal y la de la mendicidad que conseguir eso...
Tres cosas le piden las
damas barcelonesas a nuestro Alcalde Mayor y.., Y milagro será que las
alcancen, no ya las tres, sino dos, y hasta una sola. No se doblega así como
así el espíritu independiente de un pueblo, o de un público, y creo que más
fácil sería obtener de los boers que renunciaran a su independencia que
conseguir de nuestros conciudadanos que abdiquen: l.° del derecho de fumar en
los coches tranviarios; 2.° del fuero de escupir en los ídem; 3.° de la
facultad libérrima que se concedieron hace tiempo de aglomerarse, apiñarse y
estrujarse mutuamente en los susodichos vehículos, llenándolos hasta que no
cabe ya ni un alfiler.
Vamos por partes y
estudiemos el asunto con el método que su importancia merece.
Queda terminantemente
prohibido el fumar en el interior de los coches.
Una disposición
concebida en estos, o análogos términos, apareció ya meses atrás, impresa en
caracteres muy visibles y pegadita a los cristales de los eléctricos.
Y como no podía menos
de esperarse de nuestro... individualismo, los fumadores se apresuraron a
desobedecerla, con una unanimidad y un entusiasmo dignos de mejor causa.
Algunos conductores
obrando a tenor de las instrucciones recibidas se dirigían muy atentamente a
los pasajeros, rogándoles observaran la prohibición establecida. Y eran de oír
las respuestas dadas por aquéllos al cortés requerimiento del funcionario.
—Pues mire usted—decía
el uno—á mí no me da la gana de obedecer las órdenes del inglés: que vaya a
mandar en su tierra.... Aquí estamos en Barcelona y no en Londres.
—¡Que yo deje de fumar,
cuando en ninguna parte fumo tan a gusto como en el tranvía! , replicaba otro, quite
usted hombre... ¡estaría bueno!...
—Está bien—contestaba
irónicamente un tercero—en cuanto haya fumado el pitillo este, no volveré a
fumar... hasta que encienda otro. —Oiga usted, cobrador—refunfuñaba, muy
brusco, un cuarto —a mí no me venga usted con guasas: si fumo es porque derecho
tengo para hacerlo y las disposiciones contrarias a mi derecho no las acato
¿estamos?
Con todo lo cual, el
cobrador no tenía más remedio que desistir y retirarse con la cabeza gacha. A
los tres días de dictada la orden nadie se acordaba de cumplirla ni de requerir
su cumplimiento.
Y nótese bien una
circunstancia muy característica que pudo observarse en aquel periodo de
ensayo. No eran las clases proletarias, los fumadores obreros, los que más se
resistían a ceder a la súplica que se les dirigía, sino los representantes de
la burguesía, los señores. Un día fui testigo de la siguiente escena, el
cobrador de un eléctrico empieza por dirigirse a dos jornaleros que chupaban
sus respectivos pitillos, y les formula la consabida advertencia.
Inmediatamente, los dos obreros tiran los cigarrillos medio consumir, echando
un suspiro de tristeza. Pasa el funcionario a hacer la misma súplica a un
señorón muy empingorotado, que saca una nube de incienso de su enorme veguero,
y el tío, después de medir con una mirada de arriba abajo a cobrador, sigue
fumando a más y mejor, desdeñando el contestar ni una palabra. ¿Dará mejores
resultados un segundo ensayo prohibitivo?... Me atrevo a dudarlo. En todo caso,
aconsejaría la adopción de una fórmula que ya indiqué una vez y que tal
produciría efecto. Póngase el correspondiente Aviso redactado de esta manera:
«Se suplica a las
personas decentes se abstengan de fumar en el interior de los coches.» Queda
prohibido él escupir dentro de los coches.
Esa disposición que
rige ya en muchas ciudades europeas y americanas, y que nuestro primer
magistrado municipal piensa, seguramente, a estas horas plantear en Barcelona,
me parece también destinada a promover una serie de protestas, de gruñidos y de
inobservancias.
Por docenas, por
centenares y por miles se contarán aquí los ciudadanos a quienes pondrá furiosos
el que se les quiera quitar el derecho de la libre expectoración.
Y que no les vengan a
esos con que las prescripciones de la higiene y hasta las del decoro obligan a
tomar esa medida, hoy generalizada en el mundo civilizado... Todos dirán, poco
más o menos, lo que me decía anoche un acatarrado incurable, a quien tiene
exasperado la idea de que pueda prohibirse a cualquier hijo de vecino la
facultad de escupir, cuándo y dónde y tantas veces como le dé la gana... o la
necesidad.
—¡Qué significa eso! —rugía
brincando de ira, tosiendo y salivando. —¡Van a impedirme ahora el que
escupa!... ¿Y para llegar a eso levantaron nuestros padres tantas barricadas
por la conquista de la libertad... y se han entablado dos guerras civiles, y se
ha hecho una Gloriosa, y se ha conquistado el Sufragio Universal y el
matrimonio civil?
—Pero, señor
mío—insinué tímidamente; —usted comprenderá que las leyes de la Higiene...
¡Caballero! —interrumpió
con voz de trueno; —antes que la Higiene está la libertad individual, y sobre
todo... ¡la de los bronquios!
…
Pero, en fin, pruebe el
señor Amat de hacer lo que le piden las damas y a cuyos deseos me adhiero con
toda el alma. Quizá le resulte...
JUAN BUSCÓN
El Sr. Amat, cumplió la
palabra dada y apenas dos semanas después celebró una conferencia con los
gestores del transporte.
Página
2,-lunes 14 enero de 1902
—Conforme anticipamos,
el alcalde señor Amat ha celebrado una conferencia con los gerentes de las
Compañías de tranvías y riperts con objeto de que se prohíba fumar en el interior
de esos carruajes. A la vez pidió que en éstos colocaran un cartel recomendando
a los pasajeros, conforme está dispuesto por la Dirección general de Sanidad,
que eviten en beneficio propio, y en el de los demás, escupir en el suelo.
En la entrevista se
convino, además, que cada viaje se rociara el pavimento de los coches con una
formula antiséptica.
Y un año después vemos
la primera multa producida al respecto.
Página 2.—sábado 10 de enero de 1903
—Conforme a las órdenes dictadas
por el alcalde señor Monegal para que se cumplan las Ordenanzas municipales en
los tranvías y ómnibus, esta mañana le fue impuesta una multa de 25 pesetas a
un pasajero que fumaba en el interior de un tranvía, y otra de 50 a la empresa
por haberlo consentido sus empleados.
Para poder tener una idea del valor de esta multa hemos recurrido al libro Jordi
Maluquer de Motes LA INFLACIÓN EN ESPAÑA. UN ÍNDICE DE PRECIOS DE CONSUMO,
1830-2012
Donde unas interesantes tablas con los índices de
inflación por décadas nos han permitido obtener un valor equivalente de la
peseta de entonces y el actual Euro; hoy 25 pesetas corresponderían
a 14.103,30 Pesetas en 2010 o 84,76 € para entendernos mejor.
Evolución de los precios desde 1830 a 2010
Fuente:
LA INFLACIÓN EN ESPAÑA. UN ÍNDICE DE PRECIOS DE CONSUMO, 1830-2012 de Jordi Maluquer de Motes
La
simple contemplación de la curva de IPC hace erizar los cabellos, en cambio el
valor de la multa no dista mucho de los actuales 100 euros por viajar sin
billete. De todos modos, haría falta analizar el valor en comparativa con los
salarios de la época, y posiblemente encontraríamos una incidencia más alta del
valor de la multa.
En
cuanto al hábito de escupir, hoy en día es raro de verlo en la calle o lugares
públicos, aunque recuerdo en mi infancia, que en las oficinas, bares y muchos
otros establecimientos, existían unos recipientes dedicados a recoger los
esputos de sus clientes.
Algunos
eran artistas con una perfecta puntería, pero solían estar rodeados de
inmundicia. Afortunadamente el hábito y los recipientes han desaparecido, pero
aún recuerdo que al grupo de columnas que había en la entrada de la Escuela
Industrial de Barcelona, los alumnos, le llamábamos la escupidera, y en ella se
dieron numerosas anécdotas, como la de que el Biscuter de un alumno, fue a
parar a su interior.
Haces unas entradas de la historia del ferrocarril que son auténticos fascículos para encuadernar a posteriori culminada la colección (sobre todo, para los que vivimos aquella experiencia).
ResponderEliminarRecuerdo esa manía poco respetuosa con el resto de los pasajeros, de fumar en los medios de transporte. Venían las frenadas bruscas y, la sacudida en el abrigo del fumador o de otra persona cercana cuando el cigarro incandescente se estampaba y, malas caras, discusiones o farfulleos de protesta. La prohibición de fumar en los medios de transporte fue de lo más sensato que se pudo hacer.
Enhorabuena por el artículo y por no haber fumado nunca. Yo lo hice, hasta que la naturaleza me dijo que con el tabaco, los repechos del monte se triplicaban.
Saludos.
Hola, Javier.
ResponderEliminarAnte todo agradecer tú siempre bienvenido comentario; Los lectores del ámbito ferroviario no son muy proclives en ello.
Con referencia a los fascículos, en mi juventud, también fui uno de los coleccionistas que con un fajo de ellos acudían al quiosco del barrio para que los encuadernaran.
A los aficionados como nosotros, el universo bloguero, nos permite publicar sin grandes limitaciones, en mi caso puede que se traduzca en desmesura, pero, es libertad del lector leer o saltarse los textos. A mí me permite tener mis datos organizados, y si a alguien les puede interesar, tanto mejor.
Con respecto al hecho de fumar, tuve mucha suerte cuando a los catorce años, que es normalmente cuando se adquiría el hábito, unos buenos amigos, me convencieron que en mi caso era una tontería.
Saludos. Ferran Lería
Lo siento… já fumei bastante e por vontade própria parei com o vício há 13 anos… era uma ação solitária, porque era incapaz de fumar em ambientes fechados e na presença de alguém.
ResponderEliminarUma histórica entrada!
Um beijo a todos, Ferran
Con esta entrada, no pretendíamos hacer una crítica a los fumadores, dado que me faltaría objetividad, sino una reflexión sobre cómo cambian las costumbres.
EliminarA mi edad, he visto unos cuantos cambios y parece que ahora todo se acelera, por lo que creo que es bueno poder recordar situaciones que se dieron, a veces no hace muchos años, y poder compararlas con las actuales.
Un beso de todos.
Ferran Lería.
Não se preocupe com meu comentário… amei a sua entrada história, muito bem reportada e percebi a mudança dos costumes com o passar dos anos… a postagem foi perfeita! ;)
EliminarMais beijos a todos.